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Un auténtico seguidor de Jesucristo tiene momentos de contemplación, de gratuidad en la presencia de su Amigo. Y momentos de acción. La acción sin contemplación de Dios se queda en un activismo vacío, y la contemplación sin acción, en teoría que no baja a la práctica.
El evangelio de hoy nos muestra dos formas de vivir la religión. Una religiosidad apegada a las normas externas, aunque fueran inhumanas, y una religiosidad basada en el amor y la solidaridad. Jesús con esta parábola enfrenta a dos tipos de personas.
Si creemos que merece la pena vivir al estilo de Jesús tenemos que contagiarlo. Sin actitudes proselitistas, con mucho respeto y cariño por la gente que no cree. Tal vez el testimonio de nuestra vida y nuestra fe anime a otras personas a conocer y seguir a Jesús.
Nuestro seguimiento de Jesús, aceptado con plena libertad, nos lleva a vivir en el amor. Un amor que no se queda encerrado en las cuatro paredes de nuestra casa, sino que se expande más y más como las ondas concéntricas que se forman en un estanque cuando cae una piedra en la superficie del agua. Un amor que nos hace ver con ojos nuevos la realidad que nos rodea. No es un amor ingenuo porque no ignora los problemas. Es un amor con esperanza porque sabe que Cristo ha vencido al mal, y nosotros también lo venceremos en la medida en que estemos muy unidos a El.
Hoy la Iglesia nos recuerda el misterio central de nuestra fe: Dios es una comunidad de amor. No es una sola persona solitaria allá en su cielo. La realidad de un Dios que es comunión de amor no nos es ajena, todo lo contrario, nos afecta en lo más profundo de nuestro ser. Hemos sido credos a imagen y semejanza de Dios, pero de un Dios que es comunidad de amor. Por eso venimos del amor y al amor estamos llamados. La realidad más consistente del universo es esta realidad de Dios Trinidad.
Celebramos hoy la fiesta litúrgica, del Cuerpo de Cristo, aunque en algunos lugares se celebró el jueves pasado. Hoy es un día especial para profundizar lo que ella significa para nuestra vida y para el mundo. En la primera lectura Melquisedeq, bendice a Abrán con una ofrenda de pan y vino. Estos dones son un anticipo de lo que sería la Eucaristía. En la segunda lectura tenemos el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía puesto que San Pablo lo escribió unos 20 años después de los acontecimientos, antes de que se redactaran los evangelios.