Jueves 20 de Junio de 2019
Domingo 23 de junio, Fiesta del Cuerpo de Cristo.
Lecturas: Génesis 14,18-20. 1ª Corintios 11,23-26. y Lucas 9,11-17.
P. Fernando Jiménez Figueruela SJ
Celebramos hoy la fiesta litúrgica, del Cuerpo de Cristo, aunque en algunos lugares se celebró el jueves pasado. Hoy es un día especial para profundizar lo que ella significa para nuestra vida y para el mundo. En la primera lectura Melquisedeq, bendice a Abrán con una ofrenda de pan y vino. Estos dones son un anticipo de lo que sería la Eucaristía. En la segunda lectura tenemos el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía puesto que San Pablo lo escribió unos 20 años después de los acontecimientos, antes de que se redactaran los evangelios. La multiplicación de los panes y su reparto para alimentar a una multitud, fue el signo que hizo Jesús anunciando lo que iba a realizar muy pronto en la última cena. La Eucaristía es la presencia real y verdadera del Señor en los dones de pan y vino consagrados. Jesús prometió que estaría siempre con nosotros, y lo cumple. La presencia real de Jesús nos llena de alegría, consuelo y fortaleza. ¡Cuantas veces nos hemos sentidos consolados después de unos minutos de adoración a la Eucaristía!. La celebración semanal de la Misa, el domingo, día del Señor, es el centro y culmen de la vida cristiana. En ella nos reunimos como comunidad, como iglesia, escuchamos la palabra de Dios y nos encontramos con Cristo que sale a nuestro encuentro. Esa celebración nos motiva y dinamiza para seguir viviendo al estilo de Jesús, luchando por hacer un mundo más justo, más humano. Por ello no puede haber una vida cristiana intensa sin la celebración frecuente de la Misa.
Pero la celebración de la Eucaristía no puede ser nunca un acto de fe individual, privado. Siempre es común- unión, comunión, con Cristo y los hermanos. La Eucaristía tiene siempre una dimensión social. Ella nos permite arrojar de nuestras vidas el egoísmo, la codicia y la enemistad, para trabajar por la edificación de una sociedad más gratuita, solidaria y fraterna. Eso es una exigencia interna de la Eucaristía.. La celebración de la Cena del Señor lleva en sí la integración de las personas pertenecientes a diversos pueblos, lenguas y razas. Todos llamados a compartir con sencillez y alegría la mesa común.
También hay una presencia real de Cristo en los hermanos. Todos somos el Cuerpo de Cristo, especialmente los pobres, los más necesitados. Hoy en el Perú no podríamos celebrar dignamente el Corpus Christi sin ayudar a nuestros hermanos venezolanos, que llenan calles y plazas de nuestras ciudades. Y en Europa a los africanos que consiguen llegar a sus costas. Sería una contradicción absoluta, o peor aun, un acto de hipocresía pretender adorar a Cristo en la Eucaristía y negar u olvidar su presencia en los hermanos. Al respecto les ofrezco dos citas, una muy antigua de San Juan Crisóstomo, y otra muy reciente de San Juan Pablo II:
Decía San Juan Crisóstomo en el siglo Vº:
“¿Deseas honrar el Cuerpo de Cristo?. No los desprecies, pues, cuando lo encuentres desnudo en los pobres: ni lo honres aquí en el templo con lienzos de seda, si al salir lo abandonas la frío y a la desnudez. ¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro si el mismo Cristo muerte de hambre?. Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que sobre, adornarás la mesa de Cristo.”
Y San Juan Pablo II:
“Frente a la posibilidad de un espiritualismo exagerado que considera a la Eucaristía como “el pan de los ángeles” o “el alimento del alma”, con fuerte tendencia al individualismo y a la evasión, afirmamos que la Eucaristía debe estar enraizada y encarnada en nuestra historia de tensiones y conflictos, porque es allí donde la celebramos y es ahí donde construimos lo que en ella se significa, el cuerpo de Cristo. Por algo el Señor ha querido que sea el “pan para la vida del mundo” (Jn 6,51)…el pan es un elemento de comunión y es producto de nuestro esfuerzo, es decir, no hay Eucaristía sin tierra y sin trabajo humano”1. Asimismo, “la Eucaristía crea comunión y educa a la comunión”.
Juan Pablo II. Ecclesia de Eucharistia. Lima: Paulinas, 2003, Nº 40.