Homilías

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ

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Homilía del Domingo 14 de julio, 15 del tiempo ordinario

Domingo 14 de julio, 15 del tiempo ordinario.

Lecturas: Deuteronomio 30.10-14.  Colosenses 1,15-20.  y  Lucas 10,25-37.

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ

El evangelio de hoy nos muestra dos formas de vivir la religión. Una religiosidad apegada a las normas externas, aunque fueran inhumanas, y una religiosidad basada en el amor y la solidaridad. Jesús con esta parábola enfrenta a dos tipos de personas. Por un lado los sacerdotes y levitas, hombres considerados por el pueblo como virtuosos e incluso santos por el cumplimiento externo de la Ley. Y por otro los samaritanos, despreciados por los judíos por herejes e impuros. Las palabras de Jesús eran muy fuertes para sus oyentes. ¿A quién se le ocurre poner de ejemplo a una samaritano?. El sacerdote y el levita pasaron de largo ante el herido porque si lo tocaban y se manchaban de sangre contraían impureza legal . Por ella no podían celebrar el culto en le Templo sin antes someterse a complicados ritos de purificación. Este tema de la pureza legal era muy importante en la religión de Israel. A nosotros nos puede parece muy extraño, pero para ellos era algo muy importante. El fundamento de la pureza legal era la santidad y la pureza absoluta de Dios. Nada podía estar cerca de Dios sino era absolutamente puro. Y el pueblo de Israel que se consideraba propiedad del Señor tenía que ser especialmente puro. La pureza legal se perdía de muchas maneras. Comiendo animales impuros, tocando cadáveres, tocando sangre, tocando a un leproso. Al impuro le estaba prohibido el acceso al Templo. No podía comer carne de las víctimas sagradas bajo pena de excomunión. Realizar en estado de impureza un acto que requiere la limpieza legal era una falta grave, que se castigaba, a veces con la muerte. Leemos todas estas normas, con lujo de detalles, en el libro del Levítico.

El samaritano no creía en esas cosas. Ve al herido y de inmediato le socorre. No importaba que fuera un judío, tan aborrecido por ellos. Era una persona que le necesitaba. Deja de lado los convencionalismos sociales y le ayuda. Pero no una ayuda superficial. Lo lleva a una posada y paga por su curación. Jesús alaba su actuación y nos lo pone como modelo. Aunque la idea de la pureza legal no fuera mala, si lo era su exageración y poner la Ley por encima del bien de las personas. Jesús no puede aceptarlo. Varias veces actúa contra esta pureza legal que esclavizaba a la gente y  además la separaba. Por un lado los puros, destinados a la salvación y por otro los impuros que se suponía eran rechazados por Dios. Cristo rompe ese esquema. El mismo se hace impuro legal al tocar a un leproso, como vemos en Lc. 5,11-13. Jesús podía haberlo curado con su palabra a una cierta distancia. Pero lo toca. Con este gesto se hacía legalmente impuro, pero eso no le importaba. Prefería que el pobre leproso se sintiera querido por el toque de aquella mano. Y además fue curado. También Jesús declara puros todos los alimentos. (Mc 7,1-19). No podemos ni imaginar el escándalo que estas acciones y palabras de Jesús causaban a los fariseos y maestros de la Ley. En cambio la gente sencilla se sentía feliz, porque Jesús les mostraba a un Dios cercano, misericordioso y compasivo. Muy distinto del que les predicaban los sacerdotes y fariseos. Jesús declara que lo que nos hace puros o impuros no son cosas externas, sino el bien o el mal que brota de nuestro corazón. ¿Nuestra fe cristiana se parece más a la religiosidad de los fariseos o a la solidaridad del samaritano?.

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