P. Adolfo Nicolás, SJ

La búsqueda de un mejor futuro para la Humanidad. ¿Qué significa ser creyente hoy?"

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Los Antiguos Alumnos de la Compañía de Jesús y su Responsabilidad Social - 4. La vocación y la responsabilidad de custodiar y hacer crecer la vida

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4. La vocación y la responsabilidad de custodiar y hacer crecer la vida

En la actual sociedad globalizada la gestión inteligente y crítica de la información juega un rol central. En tal contexto, participar o haber recibido una educación de calidad como la descrita es un bien incalculable. Este es nuestro caso. La educación que hemos recibido nos ha ayudado a encauzar constructivamente la imaginación y a desarrollar una estructura mental de análisis y de discernimiento para seguir aprendiendo de la vida. La Educación nos ha permitido desarrollar valiosas capacidades humanas que, queramos o no, conceden una cierta porción de poder y de reconocimiento social.

Si tal es nuestro caso, la experiencia de la gratitud por los bienes recibidos gracias a los procesos educativos que hemos vivido requiere una mirada más allá de nosotros mismos. No podemos olvidar que nuestra condición, en este planeta que es nuestra casa común, es de cierto privilegio, pues en él hay más de mil millones de hombres, mujeres y niños que van a dormir con hambre cada noche y no tienen acceso al agua potable; que un número mayor aún no ha recibido educación primaria y menos aún secundaria o universitaria; y, que lamentablemente, estamos impulsando un crecimiento económico desequilibrado y competitivo entre naciones que estimula la voraz explotación de los recursos del planeta con un severo deterioro del medioambiente, que genera conflictos violentos y un inequitativo usufructo de los bienes de la creación que beneficia particularmente muy pocos.

Estos inmensos desafíos evidencian que es necesario hacer algo; quien es creyente reconoce desde su fe que en tal realidad no se refleja la voluntad de Dios, sino más bien su rechazo y que allí se explicitan situaciones de pecado personal y social; su anhelo, en consecuencia, no es otro que transformar pacíficamente tales situaciones. Sabe que para ello se requieren hombres y mujeres capaces de compasión y generosidad; hombres y mujeres que dispongan su inteligencia, influjo social y creatividad ilustrada para crear una comunidad internacional menos desigual, más económicamente estable y ambientalmente sustentable; es decir, que asuman con toda pasión su vocación de custodiar y proteger el don de la vida en toda su sorprendente diversidad.

Justamente delante de estos retos quiso colocarse el Papa Francisco el pasado 19 de marzo, al iniciar su ministerio como sucesor de San Pedro. Este día, fecha en que la Iglesia celebraba la fiesta de San José, el Padre de Jesús y el esposo de María, el Papa Francisco señaló a toda la Iglesia y a los muchos líderes del mundo allí presentes en Roma, que la “vocación de custodiar” la vida es una misión que no atañe apenas a los creyentes sino que “es una dimensión que antecede” la opción de la fe porque “es simplemente humana” dado que “corresponde a todos”, y en particular a quienes ejercen el poder de las naciones. En efecto, al hablar de su nueva responsabilidad, el Papa Francisco, indicó que Jesús había concedido a Pedro un cierto poder, pero precisó que el verdadero poder es ante todo el servicio y que este encontraba su culmen en la cruz, es decir, en la donación de sí mismo.

Según estas palabras, la honesta vocación y fuente de legitimidad de todo poder, sea cual fuere, es el de custodiar, proteger y servir a la vida. Es el llamado presente en cada consciencia a “tener cuidado y atención” permanentes por la vida de los seres humanos, empezando por quienes tienen su vida más amenazada o son frágiles, pero igualmente por las demás formas de vida presentes en la naturaleza.

Esta tarea, según el pensamiento del Papa, requiere ante todo el cuidado de sí mismo, es decir, de los sentimientos que habitan el propio corazón puesto que de él “salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen” 5; pero sobre todo requiere de la bondad, e incluso de la ternura, que definió no como la virtud de los débiles, sino como un signo de fortaleza de ánimo, de compasión, de apertura al otro y de amor.

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