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2. Reconocer el don recibido: “ser hombres y mujeres para los demás y con los demás”
La fuerza que movió el quehacer de Ignacio de Loyola luego de su conversión fue la gratitud por tanto bien recibido. De allí nació su anhelo de servir. El fin mismo de la Compañía de Jesús, estructurada con un grupo de compañeros de universidad igualmente motivados, fue justamente el de “ayudar a los prójimos”, del mismo modo que él mismo y sus compañeros habían sido ayudados a encontrar el fin y el sentido de sus vidas. Con la fundación de la Compañía, Ignacio quiso estructurar institucionalmente el ideal de servicio a otros como una manera de vivir, trabajar y ofrecerse a Dios, no apenas como individuos aislados sino con grupo de compañeros.
Y, si “Amar y servir” es el propósito de la Compañía de Jesús, ¿qué otra cosa podría esperarse de sus instituciones y en particular de las educativas? Esa fue la razón que movió a Ignacio a aceptar la fundación de los Colegios. Quiso que fueran instrumentos privilegiados para la formación de la juventud, de modo que ésta también pudiera anhelar “en todo amar y servir”, gracias a los conocimientos y al ejercicio de las virtudes allí adquiridos.
Es así como, los jesuitas, reconociendo tanto bien recibido, anhelamos ser seguidores y compañeros de Jesús, para ayudar a otros en la adopción de esa misma sabiduría de vida. Esto explica por qué, sin importar cuál sea nuestro ministerio, seremos siempre educadores que intentamos mostrar con nuestra vida y palabras el rostro de Dios que Jesús ha hecho patente, manifestándolo como fuente de la vida, del amor y del bien.
Esta sabiduría de la vida fue expresada de manera lúcida, en 1973, por el P. Pedro Arrupe, dirigiéndose a los Antiguos Alumnos de la Compañía en su conocido discurso de Valencia1, España, titulado “Formación para la promoción de la Justicia”. Allí, el P. Arrupe señaló que, desde sus inicios, la misión de la Compañía era formar “agentes de cambio”, en la sociedad y en la Iglesia, para renovar y transformar las estructuras de convivencia en las que se percibían expresiones del pecado puesto que encarnaban relaciones injustas.
Arrupe subrayó que la promoción de la justicia era un elemento constitutivo de la misión de la Compañía, puesto que para Jesús el auténtico amor a Dios siempre está unido al del prójimo y de éste amor brotan las relaciones de justicia. Por ello de modo sintético expresó que nuestros alumnos y alumnas habrían de formarse como “hombres y mujeres para los demás”, es decir, no centrados en su “propio amor, querer o interés” (EE, 189) sino abiertos a otros y dispuestos al servicio de sus hermanos necesitados, en el marco de la promoción de la justicia.
Desde que el P. Arrupe hiciera ese llamado nuestros centros educativos y también los Antiguos Alumnos, a través de sus Asociaciones, cambiaron positivamente en este particular. Hoy, 40 años después, la educación por la justicia, y lo que ella implica de responsabilidad social, se ha convertido en un sello distintivo de la educación de la Compañía de Jesús. Aunque se ha caminado mucho en este sentido, aún debemos hacer más y continuamos en este empeño; lo cierto es que estamos lejos de las resistencias que la formación para la justicia social suscitó en los años 70.
En la actualidad, gran parte de nuestros centros educativos en el mundo tienen programas serios, novedosos y creativos, para educar en el compromiso social. Instituciones educativas de otras Congregaciones Religiosas, o incluso del Estado, aprovechan estos logros y piden asesoría en este campo. Sólo por citar ejemplos cercanos, en Colombia, los Colegios han implementado con éxito el programa de Formación y Acción Social (FAS); Fe y Alegría, en América Latina, está implementando el programa “Habilidades para la vida”; la FLACSI, la red de colegios de la Compañía de Jesús en América Latina, está promoviendo el programa “ignacianos por Haití”; programas todos que han posibilitado que nuestros alumnos y alumnas entren en contacto con la realidad social y de injusticia de manera antes impensable. En otras partes del mundo se tienen programas similares y el énfasis en grupos y experiencias de servicio social se han convertido en parte esencial de “nuestro modo de proceder” educativo. Es interesante anotar que como resultado de ello, muchos de nuestros ex alumnos o ex alumnas se han vinculado a programas de voluntariado social o a ONGs que sirven a los pobres, a los migrantes, a los desplazados y a los refugiados. En tal sentido, la respuesta de muchos Antiguos Alumnos ha sido de una generosidad extraordinaria.
Profundizando el llamado del P. Arrupe, su sucesor el P. Peter-Hans Kolvenbach señaló que nuestra tradición educativa quería formar hombres y mujeres competentes, conscientes, y comprometidos con la compasión 2. Es lo que, en el ámbito de la lengua inglesa, la pedagogía ignaciana ha denominado como las “3c”. En el ámbito de la lengua española, se ha traducido como las “4c”, es decir, competentes, conscientes, compasivos y comprometidos 3. Personalmente prefiero esta versión española por que ofrece un énfasis mayor en estas dos últimas características.
Estos cuatro calificativos expresan la “excelencia humana” que la Compañía de Jesús quiere a los jóvenes que nos confía la sociedad: competentes, profesionalmente hablando, porque tienen una formación académica que les permite conocer con rigor los avances de la ciencia y de la tecnología; conscientes, porque además de conocerse a sí mismos, gracias al desarrollo de su capacidad de interiorización y al cultivo de la vida espiritual, tienen un consistente conocimiento y experiencia de la sociedad y de sus desequilibrios; compasivos, porque son capaces de abrir su corazón para ser solidarios y asumir sobre sí el sufrimiento que otros viven; y comprometidos, porque, siendo compasivos, se empeñan honestamente y desde la fe, y con medios pacíficos, en la transformación social y política de sus países y de las estructuras sociales para alcanzar la justicia.
Dos años antes, el P. Kolvenbach, explicando quiénes éramos los jesuitas, había añadido acertadamente a la afirmación del P. Arrupe “para los demás” la expresión “y con los demás”, señalando de esa manera, en forma más completa, los propósitos de nuestra espiritualidad y de nuestra educación 4. Así evidenciaba que nuestro empeño educativo pretendía formar no en el liderazgo solitario sino en el reconocimiento del otro, en el espíritu de la sana convivencia, en la labor de equipo, en el espíritu de la “colaboración” y del trabajo en común.
No es de extrañar, pues, que en la actual cultura globalizada en la que las fuerzas económicas predominantes enfatizan modelos educativos donde se privilegia el utilitarismo instrumental, la Compañía de Jesús continúe fiel a su propósito de formar “hombres y mujeres para los demás y con los demás”.
Esta manera de enfocar la educación permite a los jóvenes acceder a otra de las características de la fe. Se trata del acceso a aquel tesoro escondido que mostró Jesús: la alegría profunda y duradera de descubrir que poner la vida al servicio de otros, o el darla por los demás, renunciando a beneficios personales o grupales para buscar el bien más general, no es perderla sino encontrarla en su sentido más pleno.
1 ARRUPE Pedro, Formación para la promoción de la Justicia. Al Congreso de Antiguos Alumnos de Jesuitas. Valencia. 1973, en, “La Iglesia de hoy del futuro”. Ediciones Mensajero y Sal Terrae. España. pgs. 347-359. Versión digital en http://www.sjweb.info/documents/education/arr_men_sp.pdf
2 Véase, la versión inglesa en: http://www.sjweb.info/documents/education/PHK_pedagogy_en.pdf, KOLVENBACH, PH., Carta de presentación del Documento “Ignatian Pedagogy: a Practical Approach”. 1993.
3 Cf. Versión española en: http://www.sjweb.info/documents/education/pedagogy_ sp.pdf, en particular, el n. 19: “La educación jesuita, si realmente obtiene su objetivo, debe conducir últimamente a una transformación radical, no sólo de la forma de pensar y actuar ordinariamente, sino de la misma forma de entender la vida, como hombres y mujeres competentes, conscientes y compasivos, que buscan el
«mayor bien» en la realización del compromiso de la fe y la justicia, para mejorar la calidad de vida de los hombres, especialmente de los pobres de Dios, los oprimidos y abandonados”.
4 Cf. KOLVENBACH, P.H., To friends and colleagues of the Society of Jesus, en AR 20 (1991) 602. Versión digital en http://onlineministries.creighton.edu/CollaborativeMinistry/Kolvenbach/phk-to-friends.htm La expresión fue recogida en la CG 34, d. 13, n. 4.