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1. De la “responsabilidad” a la “gratitud”.
El tema de la “responsabilidad social” escogido para el congreso es muy oportuno. Nos saca de nosotros mismos y nos hace pensar en lo que estamos haciendo y en lo que podemos hacer por el bien de otros y del mundo. Espero que la reflexión traerá muchos beneficios en los ámbitos personal, familiar, profesional y social de cada uno, como para el programa de acción de las Asociaciones de Antiguos Alumnos aquí representadas.
El objeto de esta temática juega un importante rol en la experiencia de la fe y, en consecuencia, en la propuesta educativa de la Compañía de Jesús. Puesto que me corresponde la delicada tarea de iniciar esta reflexión, quiero decir que pretendo con mis palabras alcanzar tres objetivos: primero, ofrecer una perspectiva creyente en el enfoque de esta temática; segundo, enmarcarla en nuestra propuesta educativa ignaciana y, tercero, proyectarla hacia un compromiso colectivo en el horizonte global.
“Responsabilidad” tiene en la lengua castellana dos vertientes de significado: en la primera, “responsable” es quien está obligado ante sí mismo o ante los demás a realizar algo en su favor y, por tanto, debe rendir cuentas a otros de una tarea o misión encomendada, sea inmediatamente o en último término; en la segunda vertiente de significado, “responsable” es quien presta atención y cuidado. En la lengua inglesa, “responsabilidad” tiene que ver solo con el primer significado y está en el ámbito de lo que se ha denominado “accountability” o rendición de cuentas.
La tradición ignaciana, por su parte, ha querido situar al ser humano no en la órbita de la “responsabilidad” sino en la del “agradecimiento”. En sus Ejercicios Espirituales, Ignacio de Loyola, propone al ejercitante la posibilidad de “traer a la memoria los beneficios recibidos” (EE, 234) para suscitar en él sentimientos de gratitud y de generosidad en su respuesta. Ciertamente, lo que haría una persona noble y de valores es corresponder a las expresiones de bondad con que ha sido beneficiado y, así dar razón al dictado popular que sabiamente señala que “el amor con amor se paga”, precisando acertadamente como lo señala San Ignacio que “el amor se debe poner más en obras que en palabras” (EE, 230).
Solo quien ha tenido un “conocimiento interno de tanto bien recibido”, y un reconocimiento pleno de ellos, puede sentir el anhelo de orientar su vida de modo que pueda “en todo amar y servir” (EE, 233). Por esta vía, la espiritualidad ignaciana nos ofrece una sólida motivación para pasar a la acción o más exactamente para orientar nuestra vida al servicio de otros.
En este horizonte quiero invitarlos a considerar nuestra responsabilidad con los demás seres humanos (con los semejantes y los diferentes) y con la creación. Les propongo que situemos el tema de nuestra responsabilidad social más en la lógica del amor y de la gratitud que en la lógica que procede del deber, de la obligación, o de la “accountability”.
Con ello no quiero debilitar el concepto de “accountability” restándole importanrcia. Para ser “responsable” es esencial dar cuentas y asumir las consecuencias de los actos y decisiones; de hecho, en nuestras instituciones educativas estamos haciendo grandes esfuerzos paa que todos -el Rector, los Directivos, los diferentes colaboradores y hasta los estudiantes- den cuenta de sus responsabilidades siendo capaces de entrar en un proceso de accountability… Lo que les propongo es que, además de tener como base esta dinámica que nos pide responder ante otros por lo que se nos ha confiado y mantener una transparencia total en el ejercicio de nuestro proceder, nos situemos en la dinámica de la gratitud o del agradecimiento, en fin, del reconocimiento de los bienes recibidos. Al igual que San Ignacio, considero que esta perspectiva nos mueve más poderosamente al servicio, puesto que suscita una dinámica de amorosa correspondencia.
Para concluir esta consideración inicial, podría señalar que la experiencia de gratitud, o del agradecimiento, es una de las características de quien está animado por la Fe. Es la experiencia de quien sabe que todo en su vida es un regalo o don inmerecido; sabe que nada le pertenece y que todo le ha sido dado: su vida, su familia, sus capacidades, su educación, sus amistades, sus bienes, su salud, etc.