Martes Santo 7 de abril
Lecturas: Isaías 49,1-6. Salmo 71 y Juan 13,21-38.
P. Fernando Jiménez Figueruels SJ
En la primera lectura Isaías describe su vocación. Fue llamado por Dios desde el seno materno para ser su servidor y luz de las naciones. Reconoce los trabajos y sufrimientos que tuvo que pasar para ser fiel al llamado del Señor. “En vano me he cansado, por nada e inútilmente he gastado mis fuerzas”. Pero también señala que nunca le faltó la ayuda de Dios: “Dios fue mi fortaleza, soy valioso a los ojos del Señor”. La vida del profeta anuncia la de Jesús, el siervo fiel del Señor, enviado definitivo del Padre para ser luz de las naciones. Ya no vendrá ningún profeta mayor que Jesús. Esperamos que siempre haya profetas en la Iglesia. Pero su grandeza estará en parecerse a Cristo.
Lo mismo que dijo Isaías de su vida lo podemos aplicar a la nuestra. No somos cristianos por casualidad. Hemos sido llamados desde el vientre de nuestra madre, para ser discípulos de Jesús. Todo cristiano, por el bautismo, está invitado a seguir lo más cerca posible el camino de Jesús. La fe es un don que hemos recibido. Un regalo inmerecido que podemos cultivar como una planta muy valiosa y hacer que de mucho fruto. Eso será posible si nos dejamos llevar por el Espíritu de Jesús. Ayer señalábamos la diferencia entre María la hermana de Lázaro y Judas. Los dos fueron llamados al seguimiento de Jesús y ya sabemos cómo reaccionó cada uno.
En la iglesia no hay clases, primera, ejecutiva o turista. Todos tenemos la misma dignidad de hijas e hijos de Dios. No es más importante la vocación del sacerdote o la religiosa que la del laico. El seguimiento de Jesús se concreta en diferentes caminos, pero de la misma dignidad. El primero en la Iglesia es el más santo o santa. ¿Quién será esa persona?. Solo Dios lo sabe. Lo importante es asumir nuestra vocación y llevarla a su plenitud. Entonces reflejaremos la luz de Cristo y su salvación llegará a todo el mundo. Nosotros no somos la luz, la luz es Jesucristo, pero podemos reflejarla más o menos. Un espejo refleja la luz, pero una tabla de madera no. Reflejar la luz de Cristo con nuestra vida diaria, especialmente en estas semanas de cuarentena.
Las palabras del evangelio son dichas por Jesús en la última cena. Jesús señala que uno de ellos lo va a traicionar. Era la última oportunidad que tenía Judas de reconocer su pecado y pedir perdón. Si lo hubiera hecho, Jesús sin duda ninguna le perdonaría. El pecado más grave de Judas no fue entregar al Señor, sino desconfiar de su misericordia. ¡Pobre hombre! Tres años al lado de Jesús y no había aprendido nada de él…….Juan señala que cuando Judas Salió era de noche. Oscuridad sobre todo en su alma. Vemos también la arrogancia ingenua de Pedro: “Yo daré por ti mi vida”. ¿Seguro?, porque antes de que esta noche cante el gallo me habrás negado tres veces. Pedro fue débil, como nosotros tantas veces, pero pidió perdón. Jesús le renovó su confianza al ponerle al frente de su comunidad. Ciertamente Pedro daría por él la vida. Hasta morir en Roma crucificado cabeza abajo porque no se sentía digno de morir como su Señor.
El Señor nos llama todos. Conoce perfectamente nuestra debilidad pero eso no le impide seguir confiando en nosotros. continuamente nos da su comprensión y ternura para seguir adelante.