Homilía del viernes 3 de abril.
Lecturas: Jeremías 20,10-13. Salmo 18. y Juan 10,1-42.
P. Fernando Jiménez Figueruela SJ
Jeremías es uno de los grandes profetas del A.T. Le tocó vivir una época llena de convulsiones. Sufrió dentro de Jerusalén el asedio por parte de los babilonios y fue testigo de la destrucción de la ciudad y del templo. Elegido por Dios desde su juventud para anunciar su palabra, lo hizo con total sinceridad. Por ello tuvo que padecer muchas persecuciones y ataques. La verdad siempre ha molestado a los poderosos. En eso el mundo no ha cambiado. Varias veces sintió la tentación de dejarlo todo. Pero sentía un fuego dentro de él que le lanzaba a seguir de nuevo. No podía apagar la fuerza de la palabra de Dios. Pero en medio de tantas dificultades siempre se sintió acompañado y fortalecido por el Señor. La profunda experiencia de Dios que le acompañaba le fortaleció toda la vida. En el texto de hoy nos dice: “hay terror por todas partes, denunciemos a Jeremías, hasta mis amigos esperan que dé un paso en falso. Pero el Señor está conmigo, a él he confiado mi causa”. También dice algo que nosotros a la luz del evangelio no podemos aceptar. “hazme ver cómo castigas a esa gente”. Aún faltaban muchos siglos para que resonara la palabra de Jesús sobre el perdón a los enemigos. De este profeta aprendemos la fidelidad a Dios en medio de situaciones muy difíciles. Su confianza ilimitada en él. Y la constancia en anunciar su palabra aun jugándose la vida.
En el evangelio los judíos, otra vez más, agarran piedras para matar a Jesús. El les pegunta por cual de sus obras lo hacen y le contestan que por haberse presentado como Dios. Para ellos era una blasfemia, pero Jesús hacía obras que lo acreditaban con tal. Jesús se retiró a la otra orilla del Jordán, fuera de los límites de Israel y allí muchos creyeron en él. Los textos evangélicos que venimos leyendo desde hace días nos van preparando para la pasión de Jesús. No fue un acto improvisado. Fue el resultado de las palabras y obras de Jesús. Es muy importante en estos días pensar que Dios Padre no envío a su Hijo al mundo para que lo mataran. Lo envío para que nos anunciara e hiciera presente la buena noticia del amor cercano y misericordioso de Dios. Ese mensaje era la culminación de toda la historia religiosa de Israel. Lo mataron los que no aceptaron creer en él y cambiar de vida.
El Salmo 18, como tantos otros, se nos hace muy actual: En el peligro invoqué al Señor y me escuchó. Yo te amo Señor, Tú eres mi fortaleza. Desde el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios, él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos.