Homilías

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ

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Homilía del sábado 4 de abril

Homilía del sábado 4 de abril.

Lecturas: Ezequiel 37,21-28. Juan 11, 45-57

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ

Ezequiel que había sido sacerdote en el templo de Jerusalén, recibe de Dios la misión de alentar y fortalecer la fe de su pueblo durante el exilio en Babilonia. Hoy nosotros estamos “exiliados” en nuestras casas y miramos con temor la situación que vivimos y el futuro. Por eso las palabras que hoy nos dirige el profeta tienen un significado especial. Y son palabas de aliento, de esperanza. Les dice que no volverán a estar divididos en dos naciones (Israel y Judá) porque el Señor los va a reunir. Tampoco volverán a contaminarse con los ídolos porque él les salvará de todas las infidelidades que habían cometido. Les promete que caminarán siguiendo la voluntad del Señor y cumpliendo sus preceptos, que siempre buscan el bien del pueblo. Y la gran promesa, cumplida en Cristo: “pondré en medio de ellos mi santuario, mi morada estará junto a ellos y yo seré su Dios para siempre, y ellos serán mi pueblo.

En un pasaje del libro de Daniel (3,38-40) se describe la situación del pueblo en Babilonia. Recuerdo ese texto porque también puede tener resonancia en nuestra situación: “En este momento no tenemos príncipes, ni profetas ni jefes. No podemos celebrar los sacrificios en el templo, ni tenemos un lugar para ofrecerte las primicias, (los primeros frutos de la cosecha). Por eso acepta nuestro corazón arrepentido y humilde, que este sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable a tu presencia, porque los que confían en ti no quedarán defraudados”. En esta Semana Santa no tendremos procesiones ni podremos asistir a las liturgias. Mañana no se bendecirán los ramos. No podremos comulgar el Jueves Santo ni adorar el Santísimo Sacramento. Tampoco el sábado celebraremos  la Liturgia de la Luz. Pero quizás por eso nuestra Semana Santa puede ser más fervorosa y profunda que otros años. Dios está en casa, no es necesario salir para adorarlo y rezarle. Está con nosotros y acepta nuestro corazón arrepentido y sincero y nuestra alabanza en familia.

El texto del evangelio es la continuación de la resurrección de Lázaro. Nos dice que ante ella muchos judíos creyeron en Jesús, pero otros lo fueron a denunciar a las autoridades. Se reunió el Sanedrín que era como el gobierno de Israel, pero con poderes muy limitados, ya que estaban sometidos a la autoridad de Roma. Caifás, yerno de Anás, era Sumo Sacerdote ese año. Su familia era la más rica de Israel. Controlaban el tesoro del templo. Durante 40 años los miembros de esa familia se habían turnado en el cargo de Sumo Sacerdote. La razón de la condena de Jesús aparece bien clara: “Ese hombre hace muchos signos, si lo dejamos seguir todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar sagrado y toda la nación.” Ellos eran aliados de los dominadores y no les convenía para nada un cambio en la situación. Aquel día decidieron dar muerte Jesús y ordenaron que cualquiera que supiera dónde estaba se lo dijera. El Señor  se retiró a Efraín, fuera de los límites de Israel, y allí estuvo con sus discípulos esperando que llegara su hora.

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