Domingo de Ramos 5 de abril
Lecturas: Isaías 50,4-7. Filipenses 2, 6-11. Mateo 21,1-10.
P. Fernando Jiménez Figueruela SJ
Hoy se puede leer el evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén, o el de la pasión completa. Comentaremos el primero. La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén es la única vez que el Señor permitió que lo alabaran en público. Mucha gente estaba a la expectativa de si iría o no a la fiesta. Cuando se enteraron que habían llegado, corrieron a su encuentro con palmas y ramos y le alaban. ¡Hosanna al Hijo de David!, ¡bendito el que viene en nombre del Señor!. Hosanna significaba lo mismo que para nosotros ¡Viva!. La gente que aclamaba a Jesús era el pueblo sencillo, que había escuchado sus polémicas con los maestros de la Ley y fariseos. Era la gente que creyó en él. Jesús no entra en la ciudad como un conquistador, estos lo hacen montado magníficos caballos, Jesús montaba en un burrito. Permitió que lo alabaran para fortalecer la fe de sus seguidores ante la prueba que les esperaba. Es posible que algunos de los que el domingo le vitoreaban, el viernes pidieran a gritos su crucifixión. Jesús conoce la condición humana y sabía que aquellas alabanzas podían ser muy frágiles. Poco consistentes.
Jesús se dirige al templo y allí bota a los mercaderes. Eso lo leemos a continuación del texto de hoy. Habían convertido la casa de Dios en un mercado. Vendían los animales para los sacrificios y cambiaban la plata pues para dejar una limosna era necesario tener unas monedas especiales. Las monedas romanas no podían darse al templo porque tenían grabada la efigie del emperador.
La alabanza es una expresión de amor. Nosotros muchas veces somos cortos en la alabanza y largos en la crítica. Nos cuesta felicitar a alguien, decirle: “has estado excelente”. ¿Nos cuesta también alabar al Señor?. Si le amamos la alabanza no desaparecerá de nuestro corazón y nuestros labios. ¡Alabado seas mi Señor!. Era la oración predilecta de San Francisco de Asís, que repetía muchas veces al día. Si queremos, todos nuestros actos, hasta el dormir se pueden convertir en alabanza. Decir antes del sueño: Señor ahora voy a dormir pero mi corazón seguirá latiendo y quiero que cada latido sea un acto de amor y alabanza a ti. ¿Quién más que Jesús merece toda nuestra gratitud y alabanza?. Y una alabanza constante. No tan frágil que a la primera dificultad la olvidemos.
En la segunda lectura San Pablo escribiendo a los filipenses transcribe un himno que se rezaba en las primeras comunidades cristianas y que es una síntesis de toda la realidad de Jesús. Señala las tres etapas de su existencia: Antes de la encarnación como Hijo eterno del Padre. Después de la encarnación, como hombre histórico. “Se despojó de su condición divina y así actuando como un hombre cualquiera se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz”. Y la tercera etapa: “por eso Dios lo elevó sobre todo y le dio el nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor”. Nuestro Cristo es el Señor resucitado. Sufrió todo lo que vamos a contemplar esta semana. Pero ahora vive para siempre, libre de las limitaciones humanas. Está a nuestro lado y nos espera para compartir su gloria.
Hoy Domingo de Ramos, en nuestras casas, con la familia, alabemos a Cristo unidos al Papa y a toda la Iglesia universal. Y como signo de alabanza y testimonio de nuestra fe pongamos en una ventana o en la puerta un ramito.