Homilía del viernes 20 de marzo.
Lecturas: Oseas 14,2-10. Salmo 80 y Lucas 12,28-34.
P. Fernando Jiménez Figueruela SJ
El profeta Oseas vivió por los años 740 a. C. sus escritos tienen una característica muy peculiar. Parte de su experiencia humana para comprender mejor a Dios. Sufrió mucho porque su esposa a la que amaba profundamente le traicionó. Iluminado por Dios comprendió que el Señor sentía tanto dolor por la traición de su pueblo como él por la traición de su mujer. Comprende en términos de relación matrimonial el amor a Dios por su pueblo. Dios es el esposo, Israel la esposa infiel. Oseas perdonó a su esposa, igual que Dios perdonó constantemente a Israel. Este es el contexto de la primera lectura de hoy.
Cuando leemos el Antiguo Testamento nos sorprende ver las constantes infidelidades del pueblo. Dios había hecho con ellos, desde el tiempo de Abrahán un pacto de amor, la Alianza, y los judíos a lo largo de su historia la quebrantaron constantemente.
Pero El Señor perdonó siempre a su pueblo, su amor y misericordia eran más fuertes que la maldad de Israel. Ustedes que son papás y mamás comprenden que siempre se perdona a los hijos aunque recaigan una y mil veces. En el texto de hoy Oseas manifiesta el perdón de Dios con palabras muy bellas: seré como el rocío para Israel, florecerá como una azucena, ustedes descansarán a mi sombra.
La pregunta que le hace un escriba a Jesús era muy lógica. Ya sabemos la cantidad leyes y mandamientos que tenían los judíos. ¿Cuál es el más importante?. Jesús le responde citando el texto del Deuteronomio 6, 4-9 que los judíos rezan hasta hoy todos los días. ¡Escucha Israel!..... En él se afirma su fe en el Dios único y el deseo de amarlo con todo el corazón. Con estas palabras en el corazón y en los labios millones de judíos entraron en las cámaras de gas durante el nazismo. Jesús lo completa añadiendo “amarás a tu prójimo como a ti mismo, no hay mandamiento mayor que este”. Ese es nuestro mandamiento mayor. El amor a Dios y al prójimo es uno solo. Nunca se pueden separar. En ello nos jugamos la fidelidad al Señor. Lo que nos aparta de él es la falta de amor, el egoísmo que nos encierra en nosotros mismos y cuando lo hacemos Jesús se siente traicionado en su amor por nosotros. Nuestra relación personal con Jesús, como ya intuía hace muchos siglos Oseas, es una relación de amor igual que la que se da entre esposos. El Señor es el esposo tierno y amoroso y nosotros muchas veces hemos sido la esposa infiel. El amor y la ternura de Dios que siempre perdonaba a su pueblo, es para nosotros la cercanía misericordiosa de Jesús, que ha hecho con la humanidad una Alianza tan sólida que ya nada la podrá romper.
En estos días tan especiales nuestra fidelidad al Señor implica hacer menos duro el encierro. Tener mucha paciencia, imaginar y poner en práctica todo lo que nos pueda ayudar convivir mejor. Y sigamos rezando mucho, nuestra oración va a ser escuchada.