Homilías

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ

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Homilía del sábado 21 de marzo

Homilía del sábado 21 de marzo.

Lecturas: Oseas 6,1-6.  Salmo 50  y  Lucas 18,9-14.

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ 

Seguimos leyendo al profeta Oseas. En el texto de hoy nos invita a volver confiadamente al Señor. Dios siempre nos espera con los brazos abiertos. Nunca nos rechaza porque conoce bien nuestra debilidad y lo recuerda con una comparación muy bella: el amor que ustedes me tienen es tan frágil como el rocío de la mañana y como las nubes. El rocío se seca en cuanto calienta el sol y las nubes, ya sabemos, son pasajeras. Ojalá que nunca tenga que decir lo mismo de nosotros. Que nuestro amor no sea flor de un día, sino una roca que permanece en el tiempo y desafía todas las dificultades.

Luego añade algo muy importante: “Yo quiero amor y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos”. Es lo mismo que nos dice el salmo: “misericordia quiero, y no sacrificios”. Somos infieles al Señor, rompemos nuestro pacto de amor con él cuando actuamos mal con los demás. Cuando nos dejamos llevar del odio, la envidia o la venganza. Cuando somos injustos con nuestros subordinados y los explotamos en favor nuestro.

Hay católicos que rezan y van a misa pero luego son racistas, injustos, machistas, xenófobos, u homófobos. Desprecian a los pobres y de una u otra manera se aprovechan de ellos. Dios no acepta el culto que le dan. El culto que agrada a Dios brota de un corazón sincero y amoroso. (Les recomiendo dos lecturas sobre este tema. La primera Isaías 1,10 - 20. En ella el Señor rechaza con palabras muy duras el culto que le tributaban en el templo, porque tenían las manos manchadas de sangre. Y el otro también en Isaías 58,1-12. “El ayuno que Yo quiero es abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos…..partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo… “). Culto y oraciones están bien, todas las que hagan falta pero eso nos tiene que llevar al amor solidario. A un amor  indiscriminado que no hace diferencias con nadie.

Las palabras de Jesús en el evangelio eran muy escandalosas para sus oyentes, como tantas otras veces. Ahora compara al publicano con el fariseo, y da la razón al primero. Los publicanos eran aborrecidos por todos. Siendo judíos estaban vendidos al poder de los romanos cobrando para ellos los impuestos. Naturalmente cobraban más de lo debido. Eran literalmente hablando traidores a su patria. Solo creían en su dinero. Jesús se acerca a ellos porque le necesitaban. Recodemos que llama a Levi para que sea su discípulo y se aloja en casa de Zaqueo. En cambio los fariseos eran venerados por la gente. Se les consideraba personas piadosas, muy fieles a la Ley. Pero Jesús los desenmascara. El fariseo de este ejemplo era soberbio y altanero. Se consideraban absolutamente superior a los demás. En cambio el publicano era humilde, sabía que era un pobre pecador y así lo manifestaba a Dios. Lo peor de la religiosidad farisea es que pretendían “comprar a Dios” con su fidelidad, supuesta o real a la Ley. Convertían la religión, como hacemos nosotros algunas veces, en un trato comercial: te doy sacrificios y alabanzas y Tú me tienes que dar automáticamente salud y riquezas. Echaban por tierra la gratuidad de la fe. Por eso Jesús se enfrenta tanto con ellos, y por eso pone el ejemplo que hoy leemos.

Nada aborrece Dios tanto como la soberbia de los hombres. Y nada le agrada más que la humildad. Porque el ser humilde reconoce la verdad más profunda: somos muy limitados, ahí vemos la crisis que vivimos. Pero al mismo tiempo somos inmensamente amados por Dios.

 

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