En el evangelio Jesús nos presenta la radicalidad que exige su seguimiento. Son palabras duras. Si queremos ser fieles a Jesús tendremos que hace elecciones dolorosas. El amor a la familia es una exigencia de Dios, pero a veces la familia puede ser un obstáculo para un seguimiento más cercano de Jesús. Lo mismo pasa con los bienes económicos que son una necesidad imprescindible pero que en algunos casos nos separan de Dios porque adoramos la plata dejando de lado al Dios vivo.
Domingo 8 de septiembre, 23 del tiempo ordinario.
Lecturas: Sabiduría 9,13-18. Filemón 9,10-17. y 14,25-33.
P. Fernando Jiménez Figueruela SJ
El Libro de la Sabiduría fue el último escrito del Antiguo Testamento solo unos 120 años antes de Cristo. La revelación de Dios iniciada en tiempos de Abraham ha avanzado mucho. Los judíos ya tenían un conocimiento bastante profundo del Señor. Pero en las palabras que leemos hoy vemos cómo aún quedaban preguntas importantes sin resolver. “¿Qué persona conoce el designio de Dios?. ¿Quién comprende lo que Dios quiere?”. Son cuestiones que mucha gente se sigue haciendo hoy y la respuesta la tenemos en Jesús. El se hizo hombre precisamente para saciar las ansias más profundas de todo ser humano. Ansias de felicidad, de vida eterna y en definitiva de Dios. Jesús con su vida y su palabra nos dice que el designio de Dios es vivir en el amor. Que su sueño es una humanidad reconciliada en la que todos vivamos como hermanos y hermanas. Eso es lo que Dios quiere: “Mi mandamiento es que se amen como yo les he amado y no hay amor más grande que dar la vida por los hermanos”, (Jn 15,12.13.)
La segunda lectura nos presenta un caso concreto y grave que exigía la reconciliación. Un cristiano rico llamado Filemón tenía un esclavo, Onésimo, que se había escapado de la casa. Ese delito era castigado con la muerte. Onésimo recurre a Pablo para que interceda por él y el apóstol lo hace con esta carta. “Quizás se apartó de ti para que ahora lo recobres, no como esclavo sino como hermano querido. Si yo lo quiero tanto, cuánto más lo has de querer tú como hombre y como cristiano”. En aquellos tiempos no podían ni imaginar un mundo sin esclavos. Los cristianos no tenían poder para suprimir la esclavitad. Pero intentaban vivir, libres y esclavos, como hermanos.
En el evangelio Jesús nos presenta la radicalidad que exige su seguimiento. Son palabras duras. Si queremos ser fieles a Jesús tendremos que hace elecciones dolorosas. El amor a la familia es una exigencia de Dios, pero a veces la familia puede ser un obstáculo para un seguimiento más cercano de Jesús. Lo mismo pasa con los bienes económicos que son una necesidad imprescindible pero que en algunos casos nos separan de Dios porque adoramos la plata dejando de lado al Dios vivo. Se trata de tener a Jesús en el centro de la vida y hacer de él nuestra opción radical. De escoger las cosas que nos ayudan a seguirle y rechazar los que son un obstáculo para ello: plata, poder, placer…etc. Las últimas palabras del evangelio nos plantean el tema de si tendremos fuerzas para el seguimiento de Jesús. Se nos presenta el ejemplo del hombre que quería construir una torre pero tiene que calcular muy bien los gastos para ver si puede terminarla. Igual nos pasa a nosotros. Vivimos siguiendo al Señor, pero a veces nos preguntamos si tendremos fuerzas para seguir adelante. Hay tantos fracasos en la vida, tantos sufrimientos y crisis inesperadas. También tentaciones de mandarlo todo a rodar y vivir “alegremente” a nuestro aire y sin preocuparnos de los demás. ¿Podremos continuar avanzando en la vida cristiana?. Lo lograremos en la media en que estemos muy unidos a Jesús. En que él sea para nosotros casa día más cercano y más amigo. Una presencia constante que nos ama. De ahí brota el ánimo y la fortaleza para seguirle. Cuando una persona ha probado un licor delicioso, pisco peruano por ejemplo, ya no se contenta con otras bebidas. Cuando hemos experimentado la alegría de amar y seguir a Jesús ya no podemos ser felices con menos.