Domingo 1º de septiembre, 22 del tiempo ordinario.
Lecturas: Eclesiástico 3,17-20. Hebreos 12,18-19 y Lucas 14,7-14.
P. Fernando Jiménez Figueruela SJ
En la primera lectura y en el evangelio se nos hable de la humildad. Esta palabra a veces nos suena muy mal. Pareciera que nadie quiere ser humilde. La humildad que nos pide Jesús no es carecer de autoestima, ni valorarnos poco. La verdadera humildad está en reconocer todo lo bueno y valiosos que tenemos pero aceptarlo como un don. Todas esas cualidades nuestras son verdad, mucha gente las ve y las aprecia. Pero tenemos que reconocerlas como un regalo de Dios y ponerlas al servicio de los demás. ¿Qué ha hecho una persona para ser muy inteligente, solidaria, o justa?…..nada. Es Dios quien le ha dado esas cualidades y la mejor manera de agradecerlas es hacerlas fructificar en obras de amor y solidaridad.. Esto me recuerda el lema de la educación jesuita que repetimos todos los días a los alumnos: “Ser más para servir mejor”. Ser humilde no es ser sonso. Una persona verdaderamente humilde, al estilo de Jesús, desarrolla todas sus cualidades, se capacita cada día más. Madura y crece en todos los aspectos de la vida. Pero no la hace para considerarse mejor que nadie. Para presumir de títulos y doctorados. Lo hace porque en este mundo tan complejo no se puede mejorar la situación con la ignorancia, sin la adecuada preparación. Una persona verdaderamente humilde desea ser cada día mejor en su profesión porque de lo contrario su servicio no será eficaz. Ser humilde no es ser mediocre, todo lo contrario porque el amor exige la eficacia.
Que triste y patético resulta ver a gente muy pagada de si misma. Que por su posición económica y sus estudios se cree superior a los demás y los desprecia. Como si no estuvieran hechos del mismo barro que todos. Al verlos uno no sabe si reír o llorar. Les encantan lo títulos y las reverencias. Esta realidad es especialmente penosa cuando se trata de personajes de la Iglesia. Que triste y patético- lo vuelvo a repetir – ver a obispos o sacerdotes soberbios y altaneros. Tan lejos de estilo de Jesús que provoca preguntarles ¿Cuándo ustedes hablan de imitar a Cristo se refieren al Jesús de los evangelios?. Lo mismo podemos decir de algunos de nuestros jefes en el trabajo y las autoridades.
En tiempos de Jesús ese tipo de gente eran los fariseos, escribas, maestros de la Ley o sacerdotes del Templo de Jerusalén. Porque sabían leer y escribir en un medio donde la mayoría eran analfabetos se sentía superiores. Igual que los maestros de la ley porque la estudiaban y la explicaban y los sacerdotes que creían estar muy cerca de Dios ya que se pasaban la vida en el templo ofreciendo los sacrificios. Jesús los desenmascara. Las palabras que leemos hoy en el evangelio las dice en casa de “uno de los principales fariseos”. A ellos les dirige las palabras más duras que leemos en los evangelios y a los sacerdotes les recuerda que “más quiero misericordia que sacrificios”.
Hay una cita de Miqueas (6,8) que resume muy bien lo que venimos diciendo:
“Se te ha dicho, hombre, lo que es bueno, lo que el Señor de ti desea. Tan solo que practiques la justicia, que ames con ternura y camines humildemente en la presencia de tu Dios.”
Que le Señor nos lo conceda a todos.