Homilías

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ

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Homilía del Domingo 8 de marzo, 2° de cuaresma

Dios nos pide avanzar en la vivencia de la fe. Hacerla más profunda, más sincera y comprometida con la realidad. Como a Abrahán nos anima a salir de nuestras rutinas, de nuestro nido calentito en el que estamos felices. Y ¿por qué Dios “nos molesta” pidiéndonos nuevos compromisos?. Porque quiere que amemos más, que ensanchemos el corazón y no lo tengamos arrugado como una pasa.

Domingo 8 de marzo, 2° de cuaresma

Lecturas: Génesis 12,1-4. Timoteo 1,8-10.  y  Mateo 17,1-9.

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ 

El camino de Abrahán representa muy bien lo que es la vida cristiana: seguir a un Dios Mayor que siempre nos propone nuevas metas, avanzar en nuestro compromiso de seres humanos, y expandirlo mediante el amor. Abrahán vivía en Ur de Caldea (lo que hoy es el Irak), unos 1,800 años antes de Cristo. Era un patriarca, con sus mujeres, muchos hijos, ganados y esclavos. Adoraba a los dioses de su tribu. Seguía la religión ancestral de sus mayores pero en algún momento tiene la experiencia de “un Dios mayor”. Este Dios, el Señor único y verdadero se le comunica. Podemos pensar que fue un proceso de conocimiento que crecía cada día. Le propone un pacto, una alianza: “Yo seré tu Dios y tú y tus descendientes serán mi pueblo”. Si es fiel a ella, Dios le promete que sus descendientes serán más numerosos que las estrellas del cielo y las arenas de la playa.

Abrahán tiene que demostrar que cree en ese Dios y está dispuesto a seguirle. En el texto que leemos hoy aparece cuál es el deseo del Señor. Pide a Abrahán que deje su tierra y viaje a un país desconocido que El le mostrará  y se instale en él con toda su tribu. Lo que Dios pidió a Abrahán era muy duro. En aquellos lejanos siglos la gente se sentía totalmente apegada a su tierra. Era el lugar donde habían vivido sus antepasados por muchas generaciones y  estaban enterrados. Dejar esa tierra era como perder su identidad. Además había otro tema: creían que sus dioses tenían un poder limitado a ese territorio. Salir a un país ajeno era caer bajo el poder de otros dioses que podían ser benignos o malignos. Era un riesgo terrible.

Pero Abrahán se fía del Señor y se lanza a la aventura. El Señor recompensará su generosidad cumpliendo su promesa. De su descendencia saldrá el Mesías. Y hoy Abrahán es venerado por las tres religiones monoteístas: judíos, musulmanes y cristianos.

Dios nos pide avanzar en la vivencia de la fe. Hacerla más profunda, más sincera y comprometida con la realidad. Como a Abrahán nos anima a salir de nuestras rutinas, de nuestro nido calentito en el que estamos felices. Y ¿por qué Dios “nos molesta” pidiéndonos nuevos compromisos?. Porque quiere que amemos más, que ensanchemos el corazón y no lo tengamos arrugado como una pasa. Con un corazón grande, abierto a las necesidades de la gente seremos capaces de amar más y por lo tanto ser  más felices. Es a lo que anima San Pablo a su discípulo Timoteo cuando le dice que tome parte en los duros trabajo del evangelio.

Para vivir así nuestra vida cristiana, en actitud de avance y compromiso con la realidad para transformarla, necesitamos que Jesús se transfigure en nuestra vida. Que la experiencia que vivieron los apóstoles en el cerro viendo brillar la divinidad del Señor, sea también nuestra experiencia. Ciertamente no vamos a ver cosas extraordinarias, pero si dedicamos tiempo a la oración personal tendremos una experiencia de Dios. El Señor se irá apoderando de nuestra vida si le dejamos entrar en ella, y más aún, le pedimos que la transforme. ¡Qué no hará  Cristo en nosotros si le dejamos actuar!.

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