Homilías

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ

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Homilía del Domingo 7 de junio, Festividad de la Santísima Trinidad
Homilía del Domingo 7 de junio, Festividad de la Santísima Trinidad Homilía del Domingo 7 de junio, Festividad de la Santísima Trinidad

Domingo 7 de junio, Festividad de la Santísima Trinidad

Lecturas:  Exodo 34,4-6 y 8-9. 2 Corintios 13,11-13.  y Juan 3,16-18.

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ 

Hoy la Iglesia nos recuerda el misterio central de nuestra fe: Dios es una comunidad de amor. No es una sola persona solitaria allá en su cielo. Es un Padre que ama infinitamente al Hijo, este le corresponde con un amor igual, y de ambos procede el Espíritu que es el amor entre Padre e Hijo. En el Antiguo Testamento el pueblo de Israel no conocía la realidad del Dios-Trinidad. Adoraban a Yahvé, el Señor, con gran fe y amor, pero ignoraban su realidad más íntima. Esta se nos manifiesta en el bautismo de Jesús. El Hijo está en las aguas del Jordán, el Padre hace oír su voz. Y el Espíritu de manifiesta en forma de paloma.

La realidad de un Dios que es comunión de amor nos afecta en lo más profundo de nuestro ser. Hemos sido credos a imagen y semejanza de Dios, pero de un Dios que es comunidad de amor. Por eso venimos del amor y al amor estamos llamados. La realidad más consistente del universo es esta realidad de Dios Trinidad. Por ser imágenes de El, los seres humanos somos radicalmente sociales y dinámicos. Sólo podemos encontrar la plenitud de nuestro ser  en el amor. En el encuentro con las personas humanas y las Personas Divinas.

En una religión como el Islán donde creen que Dios, Alá es una sola persona, nos enfrentamos con la soledad del Uno. En el politeísmo por ejemplo de la religión hindú, nos encontramos con la variedad de divinidades y se evapora la unidad divina. Pero en nuestro Dios cristiano ser  tres personas evita la soledad, supera la separación y sobrepasa la exclusión. La Trinidad impide un frente a frente, una contemplación egoísta del Padre y el Hijo, porque los dos se relacionan también  con el Espíritu. Lo uno y lo múltiple, la unidad y la diversidad se encuentran reunidos en la Trinidad.

La convivencia entre las Tres Divinas Personas es el modelo de toda  comunidad humana. Las relaciones trinitarias son fuente de inspiración y utopía engendrando modelos de convivencia social cada vez más integradores de la diferencia. Las relaciones que vivimos en la familia especialmente en este tiempo de cuarentena, en el centro de trabajo, en la comunidad local y nacional deben reflejar cada vez mejor las relaciones de amor que se dan en Dios. Nuestra sociedad jerarquizada e individualista proyecta una imagen de Dios paternalista, señor absoluto de la vida y de la muerte. Una religión “solo del Padre” es por fuerza, verticalista. Una religión “solo del Hijo” se convierte en horizontalismo al considerar a Jesús sólo como líder humano. Y está también la vertiente carismática que expresa la religión de sólo el Espíritu Santo, exagerando la dimensión de la subjetividad personal, lo afectivo Estas expresiones religiosas parciales solo se superan en la experiencia de Dios como Trinidad. Tenemos que integrar la verticalidad (Padre), la horizontalidad (Hijo) y la profundidad (Espíritu), porque ni la Iglesia ni la sociedad se pueden organizar a partir de la opresión de la norma, ni del dominio de los líderes, ni de la anarquía. Para subsistir es necesaria la referencia al  origen (Padre), las relaciones horizontales (Hijo) y la dimensión de la interioridad (Espíritu Santo.).

Esta realidad de Dios en quién se integra la diversidad en la unidad es particularmente importante en un país como el nuestro de tantas culturas, de todas las sangres. La integración cada día mayor de todos los peruanos es tarea fundamental para  nosotros. Tender puentes que eviten los desencuentros. Trabajar por una verdadera inclusión social. Sobre todo ahora cuando estamos sufriendo tanto por la pandemia que nos une e iguala a todos. Si creemos en un Dios que es comunidad de amor, no podremos desentendernos de esta tarea para que la “nueva normalidad” sea más inclusiva que la situación anterior. Esto es en realidad lo que Jesús nos dice en el evangelio cuando recuerda que Dios no envío a su Hijo al mundo para condenarlo sino para salvarlo. Nos salva del estar encerrados en nosotros mismos, hace que todas las personas, con sus diferencias podamos estar  unidas a imagen de  la Trinidad.

Ante el misterio de la Trinidad, más que preguntarnos ¿cómo puede ser?, tendríamos que caer en la adoración y la alabanza. Dios nos ha manifestado, por medio de Jesús, su realidad más íntima y ante este hecho solo caben la gratitud y la fe: ¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo!. 

 

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