Domingo 14 de junio, Fiesta del Cuerpo de Cristo.
Lecturas: Deuteronomio 8,2-16. 1 Cor 10,16-17 y Juan 6,51-58
P. Fernando Jiménez Figueruela SJ
Celebramos hoy la fiesta litúrgica de la Eucaristía, del Cuerpo de Cristo. Fiesta del Corpus en cuarentena. Todos los domingos la celebramos, pero hoy es un día especial para profundizar lo que ella significa para nuestra vida y para el mundo en la actuales circunstancias. Ustedes no han podido asistir a misa ni comulgar en estos meses. Extrañan la comunión. Podemos hacer una comunión espiritual manifestando al Señor nuestro sincero deseo de recibirle. La situación por la que pasamos nos hace valorar más la eucaristía. ¡no sabíamos lo que teníamos!. Pero ¿tiene algo ver la Eucaristía con la transformación de la sociedad?. La celebración de la Eucaristía no puede ser nunca un acto de fe individual, privado. Siempre es común- unión, comunión, con Cristo y los hermanos. Ella nos permite arrojar de nuestras vidas el egoísmo, la codicia y la enemistad, para trabajar por la edificación de una sociedad más gratuita, solidaria y fraterna. Eso es una exigencia interna de la Eucaristía. La celebración de la Cena del Señor lleva en sí la integración de las personas pertenecientes a diversos pueblos, lenguas y razas. Todos llamados a compartir con sencillez y alegría la mesa común.
La fe en Jesús aúna a los pueblos. La Eucaristía no es un invento de los hombres, es un don de Dios. Jesús nos dice en la última cena: “hagan esto en memoria mía”. El pueblo de Dios reunido en torno al cuerpo y sangre de Cristo festeja desde ahora la unidad consumada de la humanidad. El mandato del amor fraterno, que Jesús nos dejó también en la última cena, es el principio de una integración donde los fuertes son capaces de cargar las fragilidades de los débiles. La Eucaristía infunde en los invitados el amor de Cristo que vino a buscar lo que estaba perdido, a reunir a los hijos de Dios dispersos y a dar un puesto de honor a los más vulnerables.
La Eucaristía nos invita a crear una humanidad más fraterna. El don de Dios y el esfuerzo humano se dan cita en nuestra celebración eucarística. El pan y el vino son frutos de la tierra y del trabajo humano. Si en algún lugar brilla la gratuidad y la igualdad es en la comunión eucarística. Todos recibimos el mismo pan, por eso los que nos alimentamos de él estamos llamados a prolongar la Eucaristía en el mundo. Así desde la comunión con Cristo deben ir disipándose todas las diferencias que separan a los hombres. Todos llamados a compartir con alegría y sencillez la mesa eucarística y la mesa del mundo. Como hacían los primeros cristianos. Celebrar la Eucaristía nos invita a compartir entre todos los que entre todos se ha elaborado. Quién celebra la Eucaristía correctamente y no como una obligación o un rito, vivirá la gratuidad divina en su relación con los pobres, con los diferentes, sabrá tenderles la mano y compartir con ellos los bienes provenientes del Señor y del mutuo trabajo. La Eucaristía encierra una gran fuerza de crítica profética en medio del individualismo y consumismo de las sociedades opulentas.
Seamos lo que recibimos. La Eucaristía nos invita a dar lo que somos y tenemos: PARTIR, REPARTIR, COMPARTIR
Animados por la fracción del pan, trabajemos por la edificación de un mundo mejor. Todo esto adquiere un relieve especial cuando los pobres comparten la misma fe, y se sientan con nosotros en la fracción del pan. Están en su casa, forman parte de la misma familia, pues la sangre de Cristo nos hace consanguíneos. El amor de Cristo nos apremia a vivir para los demás y a acoger a todos como verdaderos hermanos.
La Iglesia junto con Cristo se hace “pan partido” para la salvación del mundo de manera muy especial en estos momentos. Y los cristianos somos también “pan partido para la vida del mundo”. En la Eucaristía compartimos el trabajo de la tierra y sus frutos: el pan del sudor y el vino de la fiesta. La mesa con el pan y vino del altar no debe ser una mesa aparte de la mesa de los pobres del mundo. Es una mesa que simboliza nuestra unión. Como leemos en la segunda lectura: “uno es el pan por eso formamos todos un solo cuerpo”. La unión de los que quieren hacer de su vida un compartir, como hizo Cristo. Así daremos testimonio de que el reino de Dios ha llegado a nosotros y hemos entrado en él, viniendo del norte y del sur, del oriente y del occidente.
San Juan Pablo II nos dice: “La Eucaristía no sólo es expresión de comunión en la vida de la Iglesia. Es también proyecto de solidaridad para toda la humanidad. En la celebración eucarística la Iglesia renueva continuamente su conciencia de ser signo e instrumento, no solo de la íntima unión con Dios, sino también de la unidad de todo el género humano (......) El cristiano que participa en la Eucaristía aprende en ella a ser promotor de comunión, de paz y de solidaridad en todas las circunstancias de la vida. La imagen lacerante de nuestro mundo, que ha comenzado el nuevo milenio con el espectro del terrorismo y la tragedia de la guerra, interpela más que nunca a los cristianos a vivir la Eucaristía como una gran escuela de paz, donde se formen hombres y mujeres que, en los diversos ámbitos de responsabilidad de la vida social, cultural y política sean artesanos de diálogo y comunión......... No podemos engañarnos, es por el amor mutuo y en particular por la solicitud que manifestamos a los que están en necesidad por lo que seremos reconocidos como verdaderos discípulos de Cristo. Este es el criterio que probará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas”. Juan Pablo II, en “Mane nobiscum Domine” (que significa: quédate con nosotros Señor), Nº 28.
En la construcción de la “nueva normalidad” la presencia real de Jesús en la eucaristía seguirá siendo la fuente del amor fraterno y nos dará imaginación creativa para organizar de otra manera nuestras relaciones humanas y con la naturaleza.