Domingo 21 de junio, XII del tiempo ordinario.
Lecturas: Jeremías 20,10-13. Romanos 5,12-15. y Mateo 10,26-33
P. Fernando Jiménez Figueruela SJ
Han pasado las grades fiestas de Pentecostés y Corpus Christi, ahora seguimos en la liturgia el llamado “tiempo ordinario”. Abarca hasta fin de noviembre cuando comience un nuevo Adviento. En esta larga etapa de la liturgia, la Iglesia nos presenta poco a poco, en las lecturas de los domingos, la vida pública de Jesús. Contemplando las escenas del evangelio le conocemos. Nos fascinan su personalidad, sus hechos y palabras. Y nos animamos a seguirle más de cerca, a hacer nuestros sus sentimientos y actitudes ante la vida.
Las lecturas de Jeremías y del evangelio nos motivan para confiar en Dios. Sentimiento muy importante siempre pero más que nunca en estos tiempos en los que brotan los temores y la desconfianza. Jeremías vivió una época terrible, la destrucción de Jerusalén y del Templo. Sufrió “una cuarentena” de tres años que fue el tiempo en que la ciudad estuvo cercada y atacada por los babilonios, al final sin agua ni alimentos. Vio como el lugar más sagrado de los judíos, el Templo, en el que se manifestaba la gloria del Señor era quemado y destruido al igual que el resto de la ciudad.
Estos hechos le sumieron en una crisis profunda. ¿No serían los dioses de Babilonia más poderosos que el Señor Dios de Israel?, ¿por qué había permitido que su lugar sagrado fuera destruido?. Además temía por su vida pues era bien conocido como profeta de Israel y enemigo de los babilonios. En medio de esa situación tan trágica, confía en Dios: “el Señor está conmigo como fuerte soldado” y “canten al Señor que libró la vida del pobre de manos de los impíos”.
En el evangelio de San Mateo leemos cómo Jesús nos invita a confiar en el Padre. “¿No se venden unos pajaritos por unos centavos? Y sin embargo ni uno de ellos cae en tierra sin que el Padre lo sepa”. De la misma manera que sabe cuántos cabellos tenemos en la cabeza y ni uno cae sin su consentimiento. En otro pasaje (Mt 6,28-30) nos recuerda que si Dios se cuida de las flores del campo mucho más se va a cuidar de nosotros.
En las circunstancias que vivimos mucha gente se pregunta por qué Dios permite esta pandemia. ¿No podía evitarla?. Es el gran problema de la existencia del mal en el mundo. Este tema es motivo de que mucha gente o no crea en Dios o se aparte de él. Por eso debemos tener las ideas bien claras: la pandemia no es ni un castigo ni una prueba. Es una oportunidad, una gran oportunidad para reflexionar en cómo hemos vivido y cambiar muchas cosas.
Cuando Dios creó los seres humanos, no podían ser otros dioses, por fuerza tenían que ser limitados. Esa limitación lleva consigo el envejecimiento, la enfermedad y la muerte. Tampoco creó una naturaleza perfecta, “terminada”, sino en evolución para que nosotros la perfeccionemos. Y esta evolución es la que lleva también en sí los desastres naturales y las epidemias. Somos seres limitados, en una naturaleza limitada. Pero lo grandioso es que Dios no nos dejó solos. En Cristo ha compartido, y sigue compartiendo nuestras debilidades. Nos alienta y fortalece para enfrentar las dificultades y toca nuestro corazón para abrirlo a las necesidades de los demás. Confiemos en El, como el niño confía en su papá.