Homilías

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ

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Homilía del Domingo 28 de junio, 13 del tiempo ordinario
Homilía del Domingo 28 de junio, 13 del tiempo ordinario Homilía del Domingo 28 de junio, 13 del tiempo ordinario

Domingo 28 de junio, 13 del tiempo ordinario.

Lecturas: 2 Reyes 4,8-11.14-16 a.  Romanos 6, 3-4. 8-11  y  Mateo 10,37-42

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ 

El Evangelio nos presenta hoy la conclusión del discurso de Jesús a los apóstoles escogidos por Él para que le colaboren en la tarea de establecer en la tierra el reino de Dios: reino de la vida, la justicia, el amor y la paz. A su luz y teniendo en cuenta también las otras lecturas  vemos lo que significa optar por Cristo como sus seguidores. Cuando Jesús les dice a sus apóstoles que deben preferirlo a Él antes que al padre o a la madre o a los hijos, no está despreciando las relaciones familiares. El amor a la familia es un mandamiento divino. Lo que Jesús plantea  es que quien quiera seguirlo de verdad debe fijar prioridades y ser consecuente con ellas. Cuando se escribió este evangelio, hacia el año 70,  los cristianos eran perseguidos y se enfrentaban al dilema de ser coherentes con su fe en Jesucristo – lo cual podía implicar el rechazo por parte de sus propios parientes –  o renegar de Él para no tener problemas con la familia.

En el mismo capítulo 10 del Evangelio al que corresponde el pasaje que acabamos de leer, Jesús les había dicho a sus apóstoles: “los hermanos entregarán a la muerte a sus hermanos, y los padres a sus hijos, y los hijos se volverán contra sus padres y los matarán” (Mt 10, 21); y luego: “He venido a poner al hijo contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra, de modo que los enemigos de cada cual serán sus propios parientes” (Mt 10, 35-36). Esto sería lo que iba a suceder durante los primeros cuatro siglos de la Iglesia, cuando los creyentes en Cristo fueron perseguidos, primero por los jefes judíos y luego por los emperadores romanos, por lo cual tendrían que tomar opciones drásticas o renegar de Cristo para conservar la vida terrena, o entregar esta misma vida por Él para alcanzar una vida nueva y eterna: eso es lo que significa la frase de Jesús “El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará”.

Para nosotros hoy, todo esto significa la exigencia de renunciar a todos los apegos o afectos desordenados que pudieren impedir el auténtico seguimiento de Jesús. Esta exigencia es para todos los que creemos en Cristo. Cada cual según su estado ha de dar testimonio de fe en medio de un mundo con frecuencia adverso al Reino de Dios, donde la opción por Jesús pueda acarrear la incomprensión y el rechazo de parientes, amigos, colegas en el trabajo o en general de quienes no comparten nuestra fe. Para los cristianos de ayer y de hoy, la invitación a tomar la cruz significa estar dispuestos a entregar la propia vida por ser fieles a Cristo, así como Él dio la suya por nosotros. Pero también tiene un sentido más amplio: el de asumir con entereza todas las situaciones difíciles que nos depara el caminar por este mundo, no sólo cargando con el peso de ellas, sino también ayudando a otros a llevar las cargas que les corresponde soportar, de manera especial en este tiempo de pandemia. Sufrir con los que sufren  y también estar  dispuesto a dejarse ayudar por los demás. Esto supone una buena dosis de humildad: reconocer que necesito ayuda.

Estas actitudes nacen del profundo agradecimiento que sentimos hacia Dios. Todo cristiano siente que tiene una enorme deuda de agradecimiento ante tantos bienes recibidos. Y amor con amor se paga. En la primera lectura vemos como el profeta  Eliseo agrade la acogida de aquella familia rogando a Dios  que les dé el deseado hijo. Porque yo estoy muy agradecido a Jesús, deseo seguirle cada día más de cerca. En la segunda lectura san Pablo nos recuerda la íntima relación que tenemos con Dios a partir del bautismo. Es realmente vivir y morir con Cristo. Todo es cuestión de amor, ¿hasta dónde estoy dispuesto a llegar en el seguimiento de Jesús?

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