Domingo 31 de mayo, Pentecostés.
Lecturas: Hechos de los Apóstoles 2,1-11. 1 Corintios 12,3-13. Juan 20, 19-23
P. Fernando Jiménez Figueruela SJ
Al leer en el libro de los Hechos de los Apóstoles las maravillas que hacía el Espíritu Santo en los inicios de la Iglesia, podemos pensar que aquello fue algo pasajero. Pero no es así. Hoy el Espíritu Santo actúa exactamente igual. Tampoco debemos pensar en el Espíritu como algo lejano o ajeno a nosotros. Lo hemos recibido en el bautismo y en los demás sacramentos. Ustedes los casados lo recibieron cuando Dios bendijo su amor con un vínculo permanente. Ustedes siguen teniendo el Espíritu Santo que hace crecer su amor cada día. Y todos los demás lo tenemos por los diferentes sacramentos que recibimos. ¿Somos conscientes de que el Espíritu Santo habita en nosotros?, ¿sentimos su influjo en nuestra vida?.
En esta fiesta tendríamos que llenarnos de alegría. ¿Pero es posible alegrarse en medio de la tragedia que vivimos?. ¿No sería una ironía cruel?. Tanta gente sufriendo y nosotros felices….. No, porque la alegría que nos da el Espíritu no es superficial ni ingenua. Es la certeza de que está en nosotros y nos mueve a actuar en favor de los demás. La alegría del cristiano no es egoísta. Es el gozo de saber que Dios nos ama siempre, en toda ocasión y que el amor merece la pena, ahora más que nunca. Y el amor es ante todo solidaridad con los que sufren.
Este Pentecostés en medio de la cuarentena y la pandemia nos puede hacer descubrir la fuera del Espíritu Santo en nuestras vidas. El no va a hacer lo que nos corresponde a nosotros, El nos inspira, anima y fortalece. Cristo nos ha dado su Espíritu, como leemos en el evangelio. A los discípulos encerrados en el cenáculo les dio la paz. También nos la da nosotros encerrados en nuestras casas. El Espíritu Santo nos une como nos dice San Pablo en la segunda lectura. Los que hemos sido bautizados en un mismo Espíritu formamos el cuerpo de Cristo. Cada uno de nosotros somos como células de ese cuerpo, todas unidas participando de la misma vida. Hoy más que antes sentimos la necesidad y el deseo de la unidad. Toda la humanidad está siendo atacada por el virus, todos somos solidarios, no somos entes aislados, formamos parte de esa humanidad. Todos viajamos en el mismo barco zarandeado fuertemente por la tormenta. Esa unidad se tiene que fortalecer cuando volvamos a la “nueva normalidad”.
El Espíritu de Jesús nos ilumina para que busquemos y encontremos nuevas formas de convivencia, más cercanas, más íntimas, más humanas. También nos enseña a convivir con la naturaleza de otra manera. Estoy seguro que el Espíritu Santo después de la pandemia va a llevar a la Iglesia- que somos todos los creyentes - a despojarse más del poder mundano, a ser más misericordiosa, buena samaritana con los brazos abiertos para acoger y ayudar tantas necesidades de la gente.
Jesús nos ha dado lo más íntimo que tiene: su Espíritu, su vida. Una persona profundamente enamorada le dice a su pareja: “tú eres mi vida”. “Vida mía”. Eso se hace realidad entre Cristo y nosotros por su Espíritu. La vida de Dios nos inunda porque el Espíritu Santo nos une al Padre y al Hijo. Sin él no habría vida cristiana, con él podemos llamar a Dios papa, papaíto (en arameo abba) y podemos creer en Jesús y seguirle. El nos hace proclamar: ¡Jesús es el Señor!.
Todo lo que en la humanidad crece, se desarrolla, da buenos frutos, es a impulso del Espíritu Santo. Cuando un artista crea una obra bella, cuando un país se organiza en democracia y respeto a los derechos humanos, cuando una familia se ama más. Cuando los científicos encuentren la vacuna para protegernos del coronavirus, será por influjo del Espíritu de Jesús.
¡Qué maravillas haría el Espíritu Santo en nosotros si le dejáramos actuar!. Las mismas que hizo el día de Pentecostés o mayores aun.
Vamos a abrir nuestras almas a su acción. Pidámosle que venga a nosotros como un torrente arrollador, como una corriente de lava ardiente que nos purifique del egoísmo. En estos días vamos a repetir muchas veces: ¡Ven Espíritu Santo llena nuestros corazones y enciende en ello el fuego de tu amor!. El himno que les envío es la gran oración de la Iglesia al Espíritu Santo. Fue compuesto hace más de mil años y se reza o canta en los momentos más importante de la vida de la Iglesia.
HIMNO AL ESPÍRITU SANTO
Ven, Espíritu Divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetras las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si Tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
Amén, Aleluya.