Homilías

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ

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Domingo 24 de mayo, La Ascensión del Señor
Domingo 24 de mayo, La Ascensión del Señor Domingo 24 de mayo, La Ascensión del Señor

Domingo 24 de mayo, La Ascensión del Señor.

Lecturas: Hechos 1,1-11.  Efesios 1,17-23  y  Mateo 28, 16-20.

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ 

Hoy es la fiesta de la madurez cristiana porque Jesús, al volver al cielo, nos encomienda a nosotros la tarea de seguir su obra. Todos los cristianos somos “servidores de la misión de Jesús”. El confía en nosotros, y nos da su Espíritu para poder realizar lo que nos pide. Los apóstoles sin el Espíritu no eran nada. Pero con la fuerza de Cristo y su colaboración generosa fueron capaces de evangelizar su mundo. Cristo al morir se une inmediatamente al Padre. Llamamos “ascensión del Señor” a su última aparición, tal como nos la cuenta Lucas en la primera lectura. Hasta entonces los discípulos no habían entendido mucho a Jesús, lo revela la pregunta que le hacen casi en el momento de subir al cielo: “¿Señor es ahora cuando vas a restablecer el reino de Israel?”. Es decir derrotar a los romanos y dar la libertad política a su pueblo. Eso es lo que querían y esperaban ahora que el Señor había resucitado. No acababan de entender lo que Jesús pretendía. Tendrán que recibir al Espíritu Santo que les hará comprender todo.

Durante unos cuarenta días Jesús resucitado se hace presente algunas veces a sus apóstoles para fortalecer su fe. Pero llega un momento en que esa presencia se acaba y comenzará una nueva forma de estar con nosotros. Con su ascensión Jesús no se aleja de los suyos, está presente de otra manera. Cuando los apóstoles después de recibir al Espíritu Santo comenzaron a predicar el evangelio, sintieron muy cerca de ellos a Jesús. Tal vez más que cuando lo tenía físicamente a su lado, porque ahora lo entendían todo. Experimentaron, en medio de su debilidad, la fuerza y el poder del resucitado que iba moviendo los corazones de judíos y gentiles y despertando en ellos la fe. Los discípulos vieron las maravillas que Jesús hacía por medio de ellos. El Libro de los Hechos de los Apóstoles nos muestra los signos y milagros que acompañaron la predicación de los primeros cristianos. La ascensión les resultó sumamente beneficiosa. Podían  hacer milagros en el nombre de Jesús, algo que cuando estaban con él no era posible.

Cuando los apóstoles se quedan  embobados mirando al cielo, el ángel les dice que vayan a Jerusalén. Allí les espera la misión que Jesús les ha encomendado y que leemos en el evangelio de Mateo: ir por todo el mundo siendo testigos de que Dios en Jesús se nos ha acercado de una manera increíble y nos ofrece la salvación a todos. Lo esencial es ser testigos de lo que ha ocurrido a partir de la Resurrección. Somos llamados a ser testigos del Resucitado. ¿En dónde? No hay limitación de espacio y tiempo: en toda circunstancia, en todos los ambientes, en todas las relaciones humanas que se puedan entablar, la condición de testigo es fundamental. No se trata de hablar de lo que oí, de lo que me han contado, sino de lo que he experimentado. Jesús resucitado ha hecho posible algo absolutamente nuevo que se va descubriendo poco a poco y que tiene sus consecuencias en todos los ambientes en que el cristiano se desenvuelve. Esa novedad  que nos ha traído Jesús es la posibilidad de hacernos plenamente humanos por el amor. 

Y aquí nos encontramos con otro punto muy importante al reflexionar sobre la Ascensión: Jesús va a Dios como hombre. Bajó a nosotros como Dios y  regresa al Padre llevando la plenitud de lo humano. Hoy hay un hombre en el seno de la Santísima Trinidad, resucitado y glorioso pero hombre pleno y cabal.  Por eso nosotros para alcanzar a Dios tenemos que ser verdadera y profundamente humanos. La inhumanidad, la falta grave de amor, nunca puede ser camino para encontrar a Dios. Aunque crea que estoy cerca de Dios porque cumplo normas y mandamientos si no intento hacer felices a las personas que me rodean, no estaría cerca de Dios.

En estas semanas de cuarentena hemos recordado muchas veces que nuestra misión como seguidores de Jesús es ayudarnos unos a otros. Pero hay otro punto importante en nuestra tarea actual: Ir imaginando y conversando en familia cómo vamos a cambiar, qué sociedad queremos construir, cómo van a variar nuestras relaciones con familiares  y amigos, cómo va a ser nuestra vida profesional. Qué cambios concretos hacer cuando la cuarentena finalice. Todos pensamos que la vida no va a ser igual, pero hay que ir haciendo ya el proyecto de nuestra nueva vida, por lo menos en sus grandes rasgos: ¿Cómo  servir mejor  a la misión de Cristo en las nuevas circunstancias de la post pandemia?.

Para lograrlo pidamos a Dios lo mismo que San Pablo en el texto a los efesios: que nos de espíritu de sabiduría para poderlo conocer, para experimentar con que  extraordinaria fuerza actúa en favor nuestro usando toda la eficacia de su poder, el mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos y lo sentó en su gloria.

Vamos a asumir con alegría y esperanza la tarea que Jesús no ha encomendado. Él está junto al Padre pero también muy dentro de nosotros y confía en que podamos lograrlo. El Papa Francisco nos invita siempre a retomar lo esencial del evangelio: la profunda humanidad, solidaridad, cercanía y ternura de Jesús y reproducirlo en nuestra vida. La fiesta de la Asunción nos recuerda que esa es nuestra tarea.

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Creemos que un Mundo Mejor es posible, seguimos el camino de San Ignacio a través de su deseo de “buscar y hallar a Dios en todas las cosas”, tratamos de ser verdaderos y dignos discipulos de Jesús, amigos, hermanos y compañeros de Jesús, siguiendo su ejemplo , el “hombre para los demás” por excelencia, que con su palabra y su ejemplo nos enseñó la fuerza transformadora del amor.