Homilías

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ

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Domingo 17 de mayo, 6° de Pascua

Domingo 17 de mayo, 6° de Pascua

Lecturas: Hechos 8, 5-8.14-17. 1ª Pedro 3, 15-18.  y  Juan 14, 15-21

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ

Si ustedes me aman guardarán mis mandamientos.

Las lecturas bíblicas de hoy  nos invitan a prepararnos para las grandes fiestas de los próximos dos domingos que cierran el tiempo pascual: el de la Ascensión y el de Pentecostés. Cuando Jesús alude a los que Él llama mis mandamientos, está hablando como el mismo Dios que no sólo les dio a los israelitas el “decálogo” doce siglos antes por medio de Moisés en el cerro Sinaí con el lenguaje de la cultura hebrea de entonces (Éxodo 20, 1-17), sino que desde mucho antes había impreso interiormente su Ley en las conciencias de los seres humanos de todas las culturas. Una Ley que se resume en el amor y que se conoce como la regla de oro que consistente en tratar a los demás como cada cual desea ser tratado por ellos.  

La exhortación de Jesús a guardar sus mandamientos  forma parte del testamento de Jesús en la cena de despedida en la que nos dejó su mandamiento nuevo”: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado (Juan 15,12.17). y  el texto del Evangelio de hoy en el que leemos: “Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos”.

Los mandamientos que Dios nos da no son cargas pesadas que debemos arrastrar penosamente. Son caminos de libertad. El que más ama es más libre, porque no está encerrado en su egoísmo. Todos los mandamientos se pueden reducir a una solo palabra “amar”. El que ama ni roba ni mata, no miente ni calumnia, y sobre todo no maltrata a sus semejantes. Los mandamientos desean llevarnos a un mundo nuevo en el que florezca la verdadera fraternidad, el respeto a todos sin diferencia de razas, culturas, situación económica, o religión.

San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales nos recuerda que el amor se debe poner más en las obras que en las palabras”, lo  que equivale al conocido refrán: obras son amores, y no buenas razones”. Por eso debemos pedirle constantemente al Señor que nos dé su Espíritu, que es el Espíritu de la Verdad”, para que haya coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos, pues decir y no hacer equivale a vivir en la mentira.

En la primera lectura contemplamos a los apóstoles Pedro y Juan, en Samaría, orando por quienes habían sido bautizados en el nombre de Jesús, pero todavía no habían recibido el Espíritu Santo, e imponiéndoles las manos para que lo recibieran. Este gesto de imponer las manos es, desde el comienzo de la iglesia, el signo de dar el Espíritu Santo a los creyentes. Muchos samaritanos lo recibieron y se hicieron testigos de Cristo.

En la segunda lectura Pedro anima a los cristianos a estar siempre dispuestos a dar razón de su esperanza.  La gente que nos conoce, y nos quiere, desea saber por qué creemos en Jesús, cuando tanta gente ya no cree, y la importancia que la fe tiene en nuestras vidas. Trasmitimos la fe no solo con el ejemplo que es fundamental, sino también con una palabra. En algún momento tendremos que hablar  de nuestra fe, que no se impone pero se comparte, se motiva y se contagia. San Pedro pide que lo hagamos con sencillez y respeto. Sin actitudes fanáticas.

Dar razón de nuestra esperanza se convierte hoy, en tiempos de pandemia y cuarentena en algo mucho más importante que antes. Porque esta situación nos puede llevar a la desesperación, al desánimo, a la tristeza. Hoy más que nunca los seguidores de Jesús tenemos que ser fuentes de amabilidad, cariño, apoyo, y también esperanza. ¿Cómo podemos estar esperanzados en medio de tanto dolor?. No porque no nos importe los que está pasando sino  porque el Señor está con nosotros y va a sacar muchos bienes de tantos males. Resumiendo las lecturas de hoy podemos decir que el Espíritu Santo nos llena de amor para vivir los mandamientos  y nos ilumina para dar razón de nuestra fe.

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Creemos que un Mundo Mejor es posible, seguimos el camino de San Ignacio a través de su deseo de “buscar y hallar a Dios en todas las cosas”, tratamos de ser verdaderos y dignos discipulos de Jesús, amigos, hermanos y compañeros de Jesús, siguiendo su ejemplo , el “hombre para los demás” por excelencia, que con su palabra y su ejemplo nos enseñó la fuerza transformadora del amor.