Homilías

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ

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Homilía del Domingo 6 de octubre, 27 del Tiempo Ordinario

Domingo 6 de octubre, 27 del Tiempo Ordinario.

Lecturas: Habacub, 1,2-4. Timoteo 1,6-14  y  Lucas 17,5-10.

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ 

La lectura del texto de Habacub es tremendamente actual. Este profeta vivió por los años 600  a. C. Contemporáneo de Jeremías. Pasó por la terrible experiencia del asedio de Jerusalén por los babilonios y la destrucción de la ciudad y del templo. Su queja a Dios era muy lógica, muy humana. Y es también la de muchos de nosotros antes las circunstancias que estamos viviendo: “¿Hasta cuándo pediré auxilio Señor sin que me escuches?-¿Por qué me haces ver contiendas y desgracias?. El profeta dice al pueblo que confíe en el Señor que a lo largo de su historia les había dada muchas pruebas de su amor y fidelidad. Pero la respuesta definitiva a estas preguntas vendría siglos más tarde. Esa respuesta es Jesús. Nos enseña que Dios que cuida de las flores y las aves, mucho más cuida de nosotros. Que es un papá amoroso que nunca nos va a abandonar.  Todos queremos que Dios actúe más rápido, que nos solucione los problemas. Pero Dios tiene sus ritmos. Y a veces escribe derecho con renglones torcidos. Nos viene bien escuchar lo que dice Pablo a su querido discípulo Timoteo, verdadero hijo suyo en la fe: “Reaviva el don que has recibido de Dios por la imposición de mis manos, porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino de fortaleza, amor y buen juicio”. La imposición de manos es hasta ahora el rito que expresa la ordenación sacerdotal. Pero también hay una imposición de manos, que todos hemos recibido,  en el bautismo y la confirmación. Por medio de ella recibimos la fuerza del Espíritu Santo  para tomar parte “en los duros trabajos del evangelio” que es el compromiso que cada uno de nosotros ha de asumir con la realidad.  Dios está presente el la historia humana. Cada acontecimiento histórico, lo que hemos vivido en el Perú esta semana pasada, es una llamada del Señor para actuar. El seguidor de Jesús no puede vivir de espaldas a la realidad. Si lo hiciera no encontraría al Señor nuestro Dios. Su “dios” sería una fantasía. Solo aquel que toma en serio su vida como servicio en seguimiento de Jesús, conoce al Dios verdadero.

Tenemos que decir siempre como los discípulos en el evangelio de hoy  : “¡Señor auméntanos la fe!”. Y El nos responde que si tuviéramos  un poquito de fe, como un granito de mostaza, seríamos capaces de hacer caminar los cerros. Que nuestro querido Misti viajara hasta Camaná.  La fe es un regalo que hemos recibido. Hay que cuidarlo para que crezca y ser muy conscientes de que se puede perder. Es confiar plenamente en Dios. Actuar como si todo dependiera de nosotros y confiar como si todo dependiera de Dios. Dios y nosotros no somos fuerza antagónicas en la experiencia de la fe. Como si El quisiera una cosa y nosotros otra .Todo lo contrario. El y nosotros remamos en la misma dirección. Para que crezca la fe es imprescindible la oración. Exactamente igual que para que crezca el amor de la pareja es imprescindible el diálogo constante. Hablar con Dios cada día. Tener espacios gratuitos para sentir sobre nosotros su mirada amorosa, Estar ante El, a veces sin palabras. Poner ante su sol nuestro hielo- que es el egoísmo- para que lo derrita. Contemplar la realidad desde El y preguntarnos, ¿qué hago Señor?, ¿qué mas puedo hacer?.Confiar contra viento y marea. No perder el amor ni el humor. Pareciera que no estamos para muchas bromas, pero un sano humor es necesario. Con él expresamos que no llevamos solos en nuestros hombros el peso del mundo y decimos la última frase del evangelio que leemos hoy: “somos siervos inútiles, solo hicimos lo que deberíamos hacer”. Y añadimos: pero muy amados por el Señor y llamados a ser servidores de su misión.

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Creemos que un Mundo Mejor es posible, seguimos el camino de San Ignacio a través de su deseo de “buscar y hallar a Dios en todas las cosas”, tratamos de ser verdaderos y dignos discipulos de Jesús, amigos, hermanos y compañeros de Jesús, siguiendo su ejemplo , el “hombre para los demás” por excelencia, que con su palabra y su ejemplo nos enseñó la fuerza transformadora del amor.