Domingo 29 de septiembre, 26 del tiempo ordinario.
Lecturas: Amós 6,1-7. 1ª Timoteo 6,11-16. y Lucas 16,19-31.
P. Fernando Jiménez Figueruela SJ
En la primera lectura seguimos con el Libro de Amós. El domingo anterior señalábamos que era el profeta de la justicia social. El más radical en sus planteamientos ante la injusticia. En el pasaje de hoy critica el lujo y despilfarro de los ricos de Israel que se acostaban en lechos de marfil, comían magníficamente y vivían cantando y bebiendo vino excelente a costa de sus trabajadores del campo. Pero “no se afligían por el desastre de su pueblo”. Esa indeferencia por los pobres, ese vivir de espaldas al sufrimiento de los débiles, sigue siendo algo muy actual. En nuestra situación presente el derroche y el consumismo desatado ofenden gravemente a Dios que es Padre de todos y quiere que todos vivan en plenitud. Para los profetas de Israel, las faltas que más ofendían al Señor eran la idolatría y la injusticia social. Adorar a dioses extraños y explotar a los pobres de su pueblo. Ambas cosas iban unidas, porque al olvidar y despreciar al Señor Dios, despreciaban también a sus pobres. San Pablo en la segunda lectura nos propone todo un programa de vida cristiana. “Hombre de Dios practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Lucha el buen combate de la fe.”. Es interesante notar que pone la justicia en primer lugar. La práctica de la justicia encierra todas las demás virtudes, porque es la dimensión más universal del amor. No podemos contentarnos con un “amor privado” que abarque solo a los seres queridos. Nuestro amor ha de ser social, “político”, en el mejor sentido de esa palabra, porque procura mejorar el bien común. Todos sufrimos las consecuencias de carecer de políticos honestos que busquen lo mejor para la sociedad. Aunque esto ocurre en todo el mundo, hoy lo sufrimos de manera especial en el Perú. El Papa Francisco nos dice: “Pido a Dios que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas de los males de nuestro mundo. La política, tan denigrada, es una altísima vocación cristiana, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común. (Evangelli Gaudium Nº 205).
En el evangelio leemos una parábola que sigue expresando la realidad de hoy como expresaba la del tiempo de Jesús. Un grupo de países ricos que derrochan todo y una multitud de países pobres que desean alimentarse de lo que cae de la mesa de los poderosos. El rico representa a las minorías privilegiadas y Lázaro a las grandes mayorías excluidas del bien estar y la riqueza. Los “descartados” como dice con frecuencia el Papa, que señala en el Nº 53 del mismo documento: “No a una economía de la exclusión y de la inequidad. Esa economía mata. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esa situación grandes masas de gente se ven excluidas y marginadas. Se entra así en la cultura del descarte donde los más pobres no sólo son explotados, sino excluidos, descartados. Son sobrantes”. En el evangelio de hoy está muy claro de que lado está Dios. No es neutral ante esta situación. Toma partido, como lo había hecho a lo largo de todo el Antiguo Testamento, por los de abajo, los excluidos. ¿De que lado estamos nosotros?, porque en nuestra situación concreta, todos podemos ser justos o injustos. Indiferentes o solidarios. Cada uno, con total sinceridad ante Dios, debe plantearse cómo vive ante la situación de nuestro país.