Homilías

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ

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Homilía del domingo 29 de marzo, IV de cuaresma

Domingo 29 de marzo, IV de cuaresma.

Lecturas: Ezequiel 37,12-14. Romanos 8,8-11  y  Juan 11,1-45.

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ

En todo ser humano hay una aspiración a la eternidad, a vivir siempre. La idea de que todo termina con la muerte se nos hace insoportable. Por eso el tema de la vida para siempre ha estado muy presente en los grandes pensadores de la humanidad.  Muchos han dicho sobre ello palabras profundas y bellas. Pero para nosotros las palabras que nos aseguran la vida eterna, son las que hoy escuchamos a Jesús. Dialogando con Marta dice: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mi aunque haya muerto vivirá y todo el que está vivo y cree en mi no morirá para siempre”. Momentos después resucita a Lázaro.

¿Quién sino el Hijo de Dios puede pronunciar estas palabras?. Marta creyó en Jesús y nosotros también. La muerte no es el final. Tú y yo, con nuestros nombres y apellidos, con nuestra historia personal vamos a vivir para siempre. Nunca vamos a dejar de existir porque morir es despertar en los brazos amorosos de Dios que nos sonríe. Morir es atravesar una puerta, entrar en la casa del Padre   que nos recibe lleno de alegría. La muerte es un momento de la vida. ¿Podríamos decir que para cada uno de nosotros será el día más feliz?. ¿Seremos capaces de afirmarlo con toda sinceridad?. Depende de la profundidad y calidad de nuestra fe. Cristo nos ha dado la fe a todos pero la desarrollamos con diferente intensidad. Al morir contemplamos cara a cara a Jesús, por fin le veremos tal cual es y por fin él nos abrazará. En ese momento nos reencontraremos también con todos los seres queridos que llegaron antes que nosotros. Nuestros papás y amigos saldrán a recibirnos.

En los momentos actuales de pandemia vivimos rodeados de la muerte. Normalmente nuestra sociedad quiere disimularla, pero ahora su realidad nos desborda. Creer en la pervivencia después de la muerte no puede ser de ninguna manera “un opio” que nos adormece y nos hace olvidar las grandes tareas que debemos asumir. Todo lo contrario. Porque creemos en la vida eterna, valoramos en toda su grandeza nuestra vida temporal. ¡Es tan maravillosa que no se acaba!. Jesús es un Dios  de Vida, no rechaza nada de lo que ha creado. Por eso los cristianos somos enamorados de la vida, siempre y en todo lugar. Obviamente no solo la vida humana, también la vida de la naturaleza a la que pertenecemos. Por eso ahora luchamos contra la pandemia haciendo lo que cada uno puede y admirando y apoyando a los que en primera fila se la juegan  por defendernos.

Al ver a Jesús resucitando a Lázaro pesamos cómo lo quería. Lloró ante su tumba. ¡Qué buen amigo de la familia!, recordemos cuántas veces llegó a Betania y se sintió como en su casa. No sabemos qué admirar más si su bondad o su poder. El texto de hoy finaliza en el vs. 45 diciendo que muchos judíos al ver lo ocurrido creyeron en Jesús. Los vs siguientes añaden: “pero algunos fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús”. Esto motivó un nuevo debate entre los fariseos sobre la necesidad de acabar con él.

Es el tremendo misterio de la fe. Ante el mismo hecho unos creyeron, otros lo acusaron como si hubiera cometido un delito. Lo mismo que ahora. Ante el desastre que vivimos algunos se apartarán de Dios. Otros se acercarán más a él descubriéndolo en los que sufren. Creemos en Jesús. Creemos que él nos da la vida eterna como continuación de nuestra vida temporal y creemos que por eso merece la pena vivir dando vida.

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Creemos que un Mundo Mejor es posible, seguimos el camino de San Ignacio a través de su deseo de “buscar y hallar a Dios en todas las cosas”, tratamos de ser verdaderos y dignos discipulos de Jesús, amigos, hermanos y compañeros de Jesús, siguiendo su ejemplo , el “hombre para los demás” por excelencia, que con su palabra y su ejemplo nos enseñó la fuerza transformadora del amor.