Homilías

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ

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Homilía del Domingo 22 de diciembre, 4º de Adviento

Domingo 22 de diciembre, 4º de Adviento.

Lecturas: Isaías 7,10-14.   Romanos 1,1-7.  Mateo 1,18-24.

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ 

En la homilía de hoy nos vamos a fijar en la figura de San José. Es quizás el “olvidado” de la Navidad. Por lo menos no le damos la atención que merece. Su figura y su actuar son extraordinarios y sumamente sugerentes para nosotros. En primer lugar hay que pensar que  cuando se comprometió con María no tendría más de 18 ó 20 años, igual que ella tendría unos 15. José era un chico totalmente normal, muy buena gente y nos podemos imaginar que muy querido en Nazaret su pueblo. Se enamoró de María y se comprometieron. Pensaban casarse y forma una familia como todas. Pero el Señor Dios tenía otros planes para él. Interviene en su vida. María su prometida estaba encinta y él no había tenido nada que ver. Pasa un tiempo de desconcierto y angustia. Igual que María que se daba cuenta del sufrimiento de su prometido pero no se sentía libre de contarle lo que Dios había realizado en ella. Si El Señor lo ha hecho, El se lo comunicará a José. Y así ocurrió tal como leemos hoy en el evangelio. José lleno de gozo al saber cómo habían ocurrido las cosas acepta vivir con María como hermanos. La virginidad no es de ninguna manera un desprecio a la sexualidad humana que como todo lo que Dios hace es bueno y santo. Pero estamos ente un momento cumbre de la historia de la salvación. Estamos ante la intervención de Dios para salvar la humanidad. La concepción virginal de Jesús, sin intervención de un varón, significa fundamentalmente dos cosas. La primera es que ningún hombre podía ser el padre del Hijo de Dios. Ningún padre humano puede dar la naturaleza divina a su hijo. Y la segunda es que la encarnación del Hijo de Dios es una acción totalmente gratuita. No podemos hacer nada para merecerla ni realizarla.

Pero que vivieran en castidad no significaba que José y María no se amaran. Ya decía San Juan Crisóstomo hace muchos siglos que nunca hubo una pareja más enamorada que María y José. Ese amor, que no estaba sometido a su expresión sexual, era una fuente de continuo gozo para ellos y para Jesús. José como padre adoptivo tenía todos los derechos sobre su hijo. Ya le dice el ángel: “y tú le pondrás por nombre Jesús”. José amaba sobre todas las cosas al Señor Dios de Israel, a nuestro Dios padre de Jesús. Y a María su esposa. La alegría de ver crecer a Jesús, de protegerle y hacer de padre superaba con creces el sacrificio que Dios le había pedio. Por eso José es tan grande.

La encarnación del Hijo de Dios no hubiera estado completa sin la figura de José, de un padre. Jesús recibió de José todo lo bueno que nosotros recibimos de nuestros padres. Le transmitió la fe, le enseñó a rezar. Le educó el carácter. Le enseñó a trabajar. Y le dio ejemplo de los valores familiares. Jesús al experimentar la ternura paternal de José fue descubriendo el amor de Dios su Padre. Jesús como verdadero hombre fue creciendo en todos los aspectos como dice el evangelio: crecía en sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres. (Lc 2,52). José es para nosotros un modelo al aceptar plenamente el plan de Dios en su vida y ejemplo de amor inmenso a Jesús y a María. Llegó un momento en que Dios lo recogió. Murió antes que Jesús, por eso no estaba al pie de la cruz acompañando a María y Jesús la encargó al cuidado de su mejor amigo, Juan. Por que murió en brazos de María y de Jesús San José es el patrono de la buena muerte. En estos días de Navidad vamos a recordarle de manera especial y pedirle que aumente nuestra fe y nos enseñe a amar a Jesús y María.

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