Homilías

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ

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Homilía del Domingo 20 de octubre, 29 del Tiempo Ordinario

Domingo 20 de octubre, 29 del Tiempo Ordinario.

Lecturas: Éxodo 17,8-13. 2ª Timoteo 3,14-4,2.  y  Lucas 18,1-8

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ

La palabra de Dios nos habla hoy acerca de la oración de súplica. Hace hincapié en la perseverancia con que hemos de orar al Señor. No tanto porque de esa forma le importunemos hasta obligarlo a concedernos lo que le pedimos –como parece desprenderse a primera vista de la parábola del juez y la viuda–, sino porque, orando sin desfallecer, le damos a entender nuestra entera confianza en Él. Nos propone dos ejemplos: uno tomado del libro del Éxodo y  otro es la parábola de Jesús sobre el juez y la viuda. La lectura del Éxodo nos cuenta una batalla entre  los amalecitas, y los judíos, sus enemigos tradicionales. No se trata de justificar la violencia. Ni mucho menos de alabar las guerras. Lo que rescatamos de este texto es la oración de Moisés y su confianza en Dios. El gesto de levantar las manos expresa actitud de súplica. Súplica constante, aun en medio del cansancio. Moisés recibe la ayuda de sus discípulos para poder mantener las manos en alto, de alguna manera rezan con él. La oración conjunta de varias personas es importante. La oración  de una comunidad agrada al Señor porque ve como sus hijos comparten la fe. De igual sencillez y expresividad es la enseñanza de Jesús en la parábola que se ha dado en llamar del juez inicuo y la viuda.

El juez viene a ser el tipo normal de juez oriental. El Maestro lo caracteriza como un individuo reconcentrado y endurecido en su egoísmo: ni temía a Dios ni le importaban los hombres. Y lo recalca, poniendo en la boca del juez el reconocimiento plenamente consciente de su postura egoísta.  Frente a este juez, quien pide que se le haga justicia es una viuda, imagen del desamparo y la debilidad, sin familiares que la defiendan. Por supuesto que no pasaba por la cabeza del juez atenderla y darle satisfacción, pues  ¿qué se habría creído aquella insensata?.  Pero cuando ya se puso tan pesada que no dejaba de importunarlo, se volvió pragmático y decidió concederle lo que le pedía, por supuesto por su propio interés, para que le dejara tranquilo.

La enseñanza principal de la parábola es la confianza sin vacilación alguna con la que hemos de dirigirnos a Dios para presentarle nuestras necesidades. Pues si un hombre de la condición de aquel juez, aunque sea por propio interés, concede lo que le pide a una mujer sin otro recurso que su tenacidad, ¿no ha de conceder Dios, sin tardanza, a sus hijos lo que le piden con fe?. Al presentarle nuestras necesidades, nos reconocemos criaturas suyas, le agradecemos todo cuanto somos y tenemos, y le recordamos nuestra pobreza, que depende de su generosidad. Por supuesto que Él conoce nuestras necesidades. Por descontado que quiere lo mejor para nosotros. En otro lugar del evangelio nos invita a que pedir, llamar y buscar. Pero nuestra oración de petición siempre debe terminar diciendo: “Pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Hay cristianos que se alejan de Dios o pierden definitivamente la fe porque algo que pedían  con mucha fuerza no les fue concedido. Esa actitud es muy infantil. Dios no es nuestro empleadito. No está a nuestras órdenes. El sabe lo que hace. Me conceda o no lo que le pido, le voy a seguir amando. Y toda oración debe incluir también el agradecimiento. Nunca pedir si agradecer. ¡Es tanto lo que le debemos!. La vida cristiana lleva en sí misma una enorme deuda de gratitud. Y es de corazones nobles agradecer tanto bien recibido.

 

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