Homilías

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ

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Homilía del Domingo 17 de noviembre, 33 del Tiempo Ordinario

Domingo 17 de noviembre, 33 del Tiempo Ordinario.

Lecturas: Malaquías 3,19-20.  2ª Tesalonicenses 3,7-12.  y  Lucas 21,5-19

P. Fernando Jiménez Figueruela SJ 

Seguimos leyendo este domingo, alusiones al final de los tiempos. En el evangelio, Jesús está contemplando el Templo de Jerusalén que era una maravilla de la arquitectura antigua y además para todo judío tenía una enorme carga afectiva. Era el lugar donde se manifestaba de manera privilegiada la presencia y la gloria del Señor. Todo el Antiguo Testamento está lleno de alabanzas a Jerusalén y el Templo. Jesús dice palabras que sonaron muy duras a sus oyentes. Pronto, cuarenta años más tarde, de aquella maravilla no quedaría piedra sobre piedra. Desde que Dios se hizo hombre en Cristo, nuestro templo es toda la humanidad. Dios no está encerrado en nuestras iglesia, por muy bellas que sean. Damos gloria a Dios en todos los lugares y en todas las circunstancias. A continuación Jesús  advierte a sus oyentes de  las adversidades que ocurrirán a lo largo de la historia. De cómo el mal va a estar presente y será el gran desafío para sus seguidores que deberán estar dispuestos a enfrentar todas esas dificultades. Pero Jesús finaliza diciendo que: “ni un cabello de su cabeza perecerá, con su perseverancia salvarán sus almas”. Es decir, que merece la pena enfrentar el mal, en nuestro interior y en la sociedad que nos rodea, porque con la ayuda de Jesús el bien va a triunfar. Este mensaje de esperanza es particularmente valioso hoy cuando vemos tantas convulsiones en los países hermanos y cercanos y ciertamente en nuestro Perú.

Malaquías, unos 500 años a.C, vivió tiempos de esperanza. Habían regresado del exilio de Babilonia, y reconstruido el Templo de Jerusalén. Dios había sido fiel con su pueblo, había cumplido su promesa, los malvados fueron derrotados. Y a los que honran el nombre del Señor Dios los iluminará un sol de justicia.

Los tesalonicenses a los que escribe San Pablo, estaban convencidos de que la segunda venida del Señor era inminente y que por lo tanto no merecía la pena trabajar. ¿Para qué si ya el Señor va a llegar?. El Apóstol les advierte de su error y les manada a trabajar. El que no trabaje que no coma”. Como venimos diciendo estos domingos, la esperanza en la segunda venida del Señor, y la certeza de que el bien va a ser más poderoso que el mal, no nos invita a esperar pasivamente. Todo lo contrario. La esperanza cristiana para ser verdadera tiene que ser activa y dinámica. Porque esperamos la plenitud de la vida, mantenemos una actitud crítica ante todas las realidades sociales. Siempre puede haber más libertad, más respeto a los derechos de las personas, mayor distribución de la riqueza, mejor cuidado del medio ambiente. Ningún sistema político, por bueno que sea, es perfecto. A la luz del Reino de Dios que esperamos, todo puede ser mejor. Por ello necesitamos una mentalidad crítica. No absolutizar nuestra ideología. Todos la tenemos, de un sigo u otro y eso es muy legítimo, pero aceptar que no es  perfecta. Por eso podemos dialogar y compartir nuestras ideas. Y lo que jamás se debe hacer, aunque lamentablemente sucede a menudo, es poner la ideología por encima de la amistad. No hay nada más triste que dos hermanos se dejen de hablar por tener opciones políticas distintas. Ninguna ideología merece que rompamos la fraternidad. Nuestra vida es caminar activamente al encuentro del Señor.

 

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