Domingo 12 de julio, 15 del Tiempo Ordinario.
Lecturas: Isaías 55,10-11. Romanos 8,18-23. y Mateo 13,1-23.
P. Fernando Jiménez Figueruela SJ
La parábola del sembrador se encuentra en el cap. 13 de San Mateo, junto con otras – del trigo y la cizaña, del grano de mostaza, de la levadura y del tesoro y la perla – por medio de las que Jesús nos explica qué es el Reino de Dios. Jesús no lo hace con “charlas” teóricas, sino con ejemplos de la vida ordinaria de sus oyentes, que todos entendían facialmente. El anuncio del Reino de Dios es sin duda, el centro del mensaje de Cristo. Su predicación comienza con este anuncio: el Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en esta buena noticia. El Reino de Dios es el proyecto que Jesús nos propone para ser felices, para cumplir el sueño que Dios tiene sobre nosotros. Aceptar a Dios como Padre y a los demás como hermanos. Eso supone no sólo nuestro cambio personal sino el cambio de todas las estructuras sociales, económicas y políticas, que hemos construido los hombres, muy lejos del proyecto de Jesús. El Reino de Dios no es nunca una realidad solo “espiritual”, es la fuerza transformadora de toda la realidad.
Pero tiene que ser acogido voluntariamente. Jesús en esta parábola nos presenta las distintas actitudes que tomamos ante su palabra cuando nos anuncia la llegada de su reino. Ya en la primera lectura Isaías nos decía que la Palabra de Dios es como la lluvia que fecunda la tierra y vuelve a Él llena de fruto. Siempre que leo esta parábola me imagino a Jesús sembrando el trigo o la cebada. Seguramente lo hizo muchas veces. No olvidemos que Jesús y su familia eran pobres, es decir tenían que trabajar duro y parejo para sobrevivir con las justas. Era campesinos que cultivaban la tierra y criaban algunos animalitos, ovejas sobre todo. Tenían que pagar muchos impuestos, al Templo y a los romanos. La opresión que sufrían de Roma se notaba sobre todo en eso, en el pago de impuestos.
Tratemos de imaginar a Jesús sembrando, con un bolso de semilla al costado, lanzando al aire los granos de trigo, caminando por los surcos abiertos por el arado en la tierra. Lógicamente la mayoría del grano caía en ella, pero no faltaban algunos que cayeran en el camino, entre piedras o entre zarzas. El mismo Jesús explica la parábola a sus discípulos. La semilla es la Palabra de Dios que nosotros recibimos. Cada persona la recibe de manera diferente. Algunos la rechazan sin más, muchos otros ni siquiera tienen oportunidad de escucharla. Los que lo hacemos reaccionamos de maneras diferentes: La semilla que cae en el camino representa a las personas que ni la escuchan ni le dan importancia. Los pájaros de nuestra indiferencia se la comen. La que cae entre piedras representa a los que la acogen tal vez con alegría, pero son inconstantes, la semilla no puede echar raíces, a la primera dificultad lo poquito que ha crecido se seca. La semilla caída entre zarzas representa a las personas que reciben la Palabra de Dios, crece un poco pero como dice Jesús: “las preocupaciones del mundo y las seducciones de la riqueza la ahogan y no da fruto”, bien claro.
La mayor parte de la semilla cae en la tierra arada y esa sí da fruto, pero no igual en todos los lados de la chacra. Nosotros acogemos la Palabra, da fruto en nuestra vida, pero en unos más que en otros. ¿Hay muchas Teresas de Calcuta o Franciscos de Asís entre nosotros?. Se trata de hacer fructificar la Palabra de Dios, lo máximo posible, en nuestra vida.
También podemos considerar la parábola del sembrador desde la otra perspectiva, viéndonos a nosotros como sembradores, pues en verdad lo somos. Como madres o padres de familia, como profesionales, como ciudadanos, sembramos muchas cosas. ¿Qué siembro yo y cómo lo hago?. Podemos sembrar solidaridad, alegría, esperanza o pleitos, desunión, egoísmo.
En este tiempo de pandemia sigamos acogiendo la Palabra de Dios. Ahora que estamos tanto tiempo con la familia podríamos leer y comentar textos del evangelio todos los días. Acoger en familia la palabra de Dios podría ser uno de los buenos frutos de esta cuarentena y seguir sembrando amor, paciencia y comprensión con las personas que vemos cada día.