Valencia, Agosto 1 de 1973

Discurso del R.P. Pedro Arrupe S.J. en el Décimo Congreso Internacional de Exalumnos Jesuitas de Europa

Padre Pedro Arrupe SJ

Padre Pedro Arrupe SJ

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El Hombre para los Demás - Padre Pedro Arrupe SJ - I. LA JUSTICIA

Índice del artículo

 

I.  LA JUSTICIA

A. TESIS COMPLEMENTARIAS

Me he esforzado sobre todo en hacer ver la profunda armonía que liga entre sí una serie de afirmaciones que a veces se presentan como alternativas opuestas. Son las siguientes:

  1. Justicia eficaz para los hombres y actitud religiosa respecto a Dios.
  2. Amor a Dios y amor a los hombres.
  3. Amor cristiano —amor de caridad— y Justicia.
  4. Conversión personal y reforma de estructuras.
  5. Salvación y liberación en esta vida y en la otra.
  6. "Ethos" cristiano y mediaciones técnicas e ideológicas.

 De estos puntos, sólo voy a resumir aquí —por su mayor relación con el tema de la formación permanente— al que afecta a las relaciones entre conversión personal y reforma de estructuras.

B.  CONVERSIÓN PERSONAL Y REFORMA DE ESTRUCTURAS

La ascética y la espiritualidad tradicional se basan sobre el hecho de que el pecado, no es sólo un acto personal que afecta al centro de nuestra personalidad haciéndonos culpables y pecado- res, sino que se extiende también a la superficie de nuestro ser, dañando nuestras costumbres, nuestras formas espontáneas de reaccionar, etc. Todo ello se llama en lenguaje teológico la concupiscencia.

Ahora bien, a la hora de luchar contra la concupiscencia y los efectos del pecado, efectos que tienden otra vez a resucitar al mismo pecado ¿por qué hemos de detenernos en aquellos que nos afectan individualmente desde nuestra propia estructura personal? ¿por qué no atacar también aquellos que nos afectan a todos desde las estructuras sociales? No hay ninguna razón teológica profunda para ello. Lo único que creo que se puede afirmar, para explicar esa laguna en la ascética y espiritualidad tradicional, es que el hombre ha sido siempre más o menos consciente (y esa conciencia se la ha reforzado el cristianismo) de que se puede cambiar a sí mismo; supuesta esa conciencia, resultaba un imperativo moral el cambiarse, eliminando de sí las huellas del pecado. En cambio sólo en tiempos muy recientes ha caído el hombre en la cuenta de que el mundo en que vive, con sus estructuras, organización, ideas, sistemas, etc. así como es en gran parte fruto de su libertad, así es también modificable y reformable, si de verdad se empeña la voluntad del hombre en hacerlo.

Admitido esto las consecuencias se precipitan. En gran parte las estructuras de este mundo (es decir, las costumbres, los sistemas sociales, económicos y políticos, las leyes, las relaciones de intercambio y en general las formas concretas de interrelación humana, etc.) son también objetivaciones del pecado, son pecado objetivo, objetividad, fruto del pecado histórico y, a la vez, fuente continua de pecados renovados. Contamos incluso con un concepto bíblico para designar esta realidad: el concepto de "mundo" en el sentido negativo que le da San Juan. Si ese concepto no se ha desarrollado en la teología, como el de la concupiscencia, ello ha sido debido a que los tiempos no han permitido hasta ahora la superación de una concepción simple- mente individualista. Ahora que eso ya está superado nos basta con aplicar a él los mismos es- quemas teológicos elaborados para la concupiscencia, para que dicho concepto desarrolle toda su tremenda dinamicidad. El "mundo" sería en lo social, lo que la concupiscencia es en lo individual. Podríamos incluso llamarla la concupiscencia de lo social: "algo que, como la concupiscencia, provienen del pecado e inclina al pecado"; algo que, como la misma concupiscencia, debe constituir el objeto de nuestro esfuerzo de purificación ascética y de esta forma funda- mentar una nueva espiritualidad, o mejor, una drástica ampliación del campo elástico de la ascesis y la espiritualidad.

Siempre se nos ha dicho que no basta una conversión interior, sino que progresivamente hemos de perfeccionar y reconquistar para Dios todo nuestro ser. Ahora caemos en la cuenta de que lo que hemos de reconquistar y reformar es además todo nuestro mundo. Con otras palabras, que no se puede separar conversión personal y reformas de estructuras.

Por eso podemos afirmar, con palabras del Sínodo, que el "dinamismo del Evangelio" no sólo "libera a los hombres del pecado personal", sino también "de sus consecuencias en la vida social".

Dicho esto pasamos a la segunda parte.

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