“Compasivos, porque son capaces de abrir su corazón para ser solidarios y asumir sobre sí el sufrimiento que otros viven.” (P. Nicolás, Medellín, 2013)
La persona compasiva es capaz de evolucionar desde sentimientos de caridad y compasión hacia un sentido de justicia y solidaridad, que favorezcan su contribución a cambiar las estructuras sociales injustas del mundo en el que vive.
La pedagogía ignaciana combina procesos reflexivos y una postura activa contra las desigualdades y el dolor ajeno, desde el clásico círculo presentado en el PPI (Paradigma Pedagógico Ignaciano) de Experiencia, Reflexión y Acción. La compasión no implica, sencillamente sentir lástima por un individuo o un grupo de personas. La compasión es un prerrequisito para la acción positiva. Reconoce la dignidad humana y el valor de la persona que, por el sencillo hecho de nacer, es amada profundamente por Dios.
La educación jesuita promueve experiencias y vivencias, que impulsen a los alumnos a ponerse en el lugar del prójimo, del marginado. Nuestra referencia educativa de la persona compasiva es la figura de Jesús, desde su vertiente más humana y más comprensiva con nuestras debilidades, pero más consecuente con la denuncia y la injusticia.
El P. Peter-Hans Kolvenbach (La Pedagogía Ignaciana: un planteamiento práctico. Villa Cavalletti, 1993) y el P. Adolfo Nicolás han impulsado en diversos textos la reflexión de la educación jesuita para promover personas compasivas en el contexto de la globalización que domina el mundo desde finales del siglo XX. Se hace necesario que la pedagogía ignaciana actualice la educación de una persona “capaz de compasión”, porque la “globalización de la solidaridad ciertamente necesita hoy que no solo vayamos y estemos en la frontera de la universalidad, sino que habitemos (…) las fronteras de la profundidad” (Margenat, J, Competentes, conscientes, compasivos y comprometidos, PPC, 2010). No es suficiente con ser consciente de la realidad de injusticia y violencia del mundo, sino que debemos educar en el compromiso por colaborar en la transformación de esas realidades. Se trata del Humanismo Social que explica el P. Kolvenbach como la traducción específica del humanismo jesuítico al desafío del humanismo cristiano en nuestro tiempo.
En palabras del P. Peter McVerry (Persona Compasiva. SIPEI. 2014) “El primer paso es darles (a los alumnos) la oportunidad de conocer y hacer amistad con los pobres y marginados”. Y añade que “la experiencia es una condición necesaria para crear estudiantes compasivos, pero no es suficiente. Tienen que reflexionar sobre esta experiencia dentro del contexto de la escuela y del currículum en reflexión y debate permanente con sus referentes educativos.” El reto de la educación jesuita se centra en la creación de un contexto de escuela compasiva.
La compasión que lleva a la solidaridad debería movernos a sacudir las estructuras de nuestras escuelas, de modo que educadores y alumnos podamos llegar a ser agentes de cambio, para colaborar en el sueño de Dios.
Fuente: Secretariado de Educación, Compañía de Jesús. Roma Febrero de 2015