«Competentes, profesionalmente hablando, porque tienen una formación académica que les permite conocer con rigor los avances de la ciencia y de la tecnología». (P. Nicolás, Medellín, 2013)
Como nos indica el Padre Nicolás, las cuatro Cs manifiestan la excelencia humana que queremos compartir con nuestros estudiantes. Hay que considerar las cuatro Cs conjuntamente, aunque cada una se refiera a una dimensión específica de nuestra visión educativa. En el caso de la persona competente, se refiere a la dimensión académica tradicional que conduce al conocimiento sólido, al desarrollo adecuado de habilidades y destrezas para alcanzar un rendimiento profesional efectivo y satisfactorio que pueda contribuir a la realización humana. «Un alumno competente es el que es capaz de interactuar con la realidad, es un alumno al que la educación le ha preparado para asombrarse, para hacerse preguntas y para poder plantear y resolver problemas, es decir, es una persona que ha aprendido para la vida».(Montserrat del Pozo, La Persona Competente, SIPEI 2014). Así según la visión ignaciana no se puede ser una persona competente sin relacionarse con el mundo. Y así tendría que ser. La persona competente tiene que involucrarse con la vida para aprender de ella y, a la vez, transformarla.
La declaración final de SIPEI define la persona competente como «alguien capaz de crear, entender y utilizar el conocimiento y las habilidades para vivir en su propio contexto y transformarlo; Es capaz de formar parte de un mundo cambiante y diverso, creando un proyecto de vida para los demás y con los demás. Es capaz de desarrollar las habilidades intelectuales, académicas, emocionales y sociales necesarias para la realización humana y profesional». (SIPEI, 2014)
Como dice la declaración final del SIPEI, preparar a estudiantes competentes significa que la educación ignaciana se compromete con un proceso de renovación pedagógica continuo que ayuda a los alumnos a llegar a un dominio satisfactorio de conocimientos y habilidades. ¡Esto sí que es un modelo centrado en el alumno! Este proceso continuo de renovación, fiel a nuestra tradición, tiene que ser capaz de incorporar nuevas prácticas pedagógicas más adecuadas a nuestra visión. Claro está, preparar a personas competentes hoy en día requiere no sólo la renovación de nuestra pedagogía, sino también la renovación de nuestras aulas, nuestra manera de organizar las escuelas y nuestro currículo (hasta donde nos lo permite la legislación de cada país) para que nuestro modo de educar esté de acuerdo con nuestra visión, los requerimientos del siglo XXI y nuestra tradición ecléctica de combinar las mejores prácticas al servicio de nuestra misión. El PPI (Paradigma Pedagógico Ignaciano) nos propone el estilo de tal cambio, pero requiere no la substitución, sino la incorporación de pedagogías y metodologías actuales que puedan implementar la clase de renovación que necesitamos en nuestras escuelas.
Así, en el contexto educativo actual, para educar a alumnos competentes necesitamos una escuela capaz de adaptarse a las diferencias individuales, culturales y sociales y encontrar la mejor manera de acompañarles en su desarrollo. Evidentemente, esto supone la disposición a aprender y un compromiso con la educación por parte de los alumnos. También requiere un educador entendido como facilitador, guía, tutor y entrenador y no la educación centrada en el profesor como se nos proponía en el pasado.
Hay que recordar que un alumno competente, en el contexto de la excelencia humana, es muy consciente de que ser competente quiere decir ser capaz de trabajar y prosperar con los demás y que el carácter competitivo de algunos estilos pedagógicos actuales es un obstáculo para la competencia que hemos descrito.
Fuente: Secretariado de Educación, Compañía de Jesús. Roma Febrero de 2015